miércoles, 5 de diciembre de 2018

El regreso


Después de su largo periplo de dos  semanas para despistar a todos estaba en España. Después de cientos de quilómetros en tren, coche y varios aviones había regresado, pero después de casi cuarenta años de ausencia no era el mismo y de eso se trataba; que nadie lo relacionara con aquel niño que había emigrado con sus padres huyendo de la miseria y el oprobio; y que  nadie sospechara de este hombre maduro en el Ecuador de la vida, sin historia aparente. Aquí a nadie tenía, de nadie se acordaba y nadie lo esperaba.
                                                                 


Desde la ventana del AVE que lo llevaba desde Barcelona a Málaga, contempló los campos, las montañas y los pueblos que pasaban a gran velocidad por su vista sin que nada lo emocionara. Todo le era indiferente.
                                                                  


No huía de nadie, huía de sí mismo y de una vida de la que no estaba orgulloso a pesar de haber conseguido el fin propuesto, que no era otro que salir de la pobreza y la miseria con la que había convivido gran parte de su vida.
                                                                 


Había amasado una considerable fortuna de forma poco clara. No había tenido piedad con nadie cuando de negocios se trataba y había dejado atrás gran número de enemigos (no tenía amigos), por lo que no tuvo dudas a la hora de cambiar de nombre, e incluso de fisonomía, y en cuanto a su dinero, estaba a buen recaudo en un conglomerado de empresas y cuentas repartidas por todo el mundo.
                                                                  


La realidad es que no sabía muy bien por qué había escogido el país al que nunca debería haber vuelto. Quizás por el idioma y también por las temperaturas, o quizás por vengarse de aquella estampa de desesperación, de aquella familia que partió sin nada y a la que  ni oportunidades les dieron.
                                                                        


Una de sus empresas con domicilio fiscal en Sudáfrica, había comprado una enorme finca de naranjos y viñedos a caballo entre las provincias de Málaga y Cádiz, con una exquisita vivienda en la que nada faltaba, dotada de los avances últimos en seguridad y confort, y a la que se dirigió después de haber alquilado un BMV de alta gama.
                                                                      


Allí empezó a vivir su nueva vida, jugando al golf y asistiendo a muchas fiestas acompañado siempre de bellas mujeres con las que sólo intimidaba una o dos veces, sin mezclarse en negocios y dando a entender a las personas con las que se relacionó, que tenía una grave enfermedad que acabaría con él en pocos meses.
                                                                     


Pasaron  varios años viviendo a lo grande, en lo que todo continuó como había previsto, pero un día cuando salía de un restaurante muy exclusivo de Marbella, fue abatido con la mujer que lo acompañaba por unos sicarios sin saber nadie ni por qué, ni quienes; ni él mismo hubiera sabido quien de sus antiguos enemigos lo había hecho, por lo que la policía le dio carpetazo diciendo que había sido algún ajuste de cuentas.
¿Mereció la pena?

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