Después de su largo periplo
de dos semanas para despistar a todos
estaba en España. Después de cientos de quilómetros en tren, coche y varios
aviones había regresado, pero después de casi cuarenta años de ausencia no era
el mismo y de eso se trataba; que nadie lo relacionara con aquel niño que había
emigrado con sus padres huyendo de la miseria y el oprobio; y que nadie sospechara de este hombre maduro en el
Ecuador de la vida, sin historia aparente. Aquí a nadie tenía, de nadie se
acordaba y nadie lo esperaba.
Desde la ventana del AVE que
lo llevaba desde Barcelona a Málaga, contempló los campos, las montañas y los
pueblos que pasaban a gran velocidad por su vista sin que nada lo emocionara.
Todo le era indiferente.
No huía de nadie, huía de sí
mismo y de una vida de la que no estaba orgulloso a pesar de haber conseguido
el fin propuesto, que no era otro que salir de la pobreza y la miseria con la
que había convivido gran parte de su vida.
Había amasado una
considerable fortuna de forma poco clara. No había tenido piedad con nadie
cuando de negocios se trataba y había dejado atrás gran número de enemigos (no
tenía amigos), por lo que no tuvo dudas a la hora de cambiar de nombre, e
incluso de fisonomía, y en cuanto a su dinero, estaba a buen recaudo en un
conglomerado de empresas y cuentas repartidas por todo el mundo.
La realidad es que no sabía
muy bien por qué había escogido el país al que nunca debería haber vuelto.
Quizás por el idioma y también por las temperaturas, o quizás por vengarse de
aquella estampa de desesperación, de aquella familia que partió sin nada y a la
que ni oportunidades les dieron.
Una de sus empresas con
domicilio fiscal en Sudáfrica, había comprado una enorme finca de naranjos y
viñedos a caballo entre las provincias de Málaga y Cádiz, con una exquisita
vivienda en la que nada faltaba, dotada de los avances últimos en seguridad y
confort, y a la que se dirigió después de haber alquilado un BMV de alta gama.
Allí empezó a vivir su nueva
vida, jugando al golf y asistiendo a muchas fiestas acompañado siempre de
bellas mujeres con las que sólo intimidaba una o dos veces, sin mezclarse en
negocios y dando a entender a las personas con las que se relacionó, que tenía
una grave enfermedad que acabaría con él en pocos meses.
Pasaron varios años viviendo a lo grande, en lo que
todo continuó como había previsto, pero un día cuando salía de un restaurante muy
exclusivo de Marbella, fue abatido con la mujer que lo acompañaba por unos
sicarios sin saber nadie ni por qué, ni quienes; ni él mismo hubiera sabido
quien de sus antiguos enemigos lo había hecho, por lo que la policía le dio
carpetazo diciendo que había sido algún ajuste de cuentas.
¿Mereció la pena?
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