El día ya empezó apuntando
mal, pues se tuvo que duchar con agua fría, se olvidó coger la toalla y al bajar del baño se resbaló
pegando un tremendo costalazo.
Estaba en Huelva trabajando
desde el lunes en su labor de visitar a los pediatras de la zona, y era uno de
esos días que mejor quedarse en casa, pues llovía como si fuera la vez en que Noé ya había construido el Arca.
Una vez desayunado se lanzó
a la calle a trabajar con gabardina y paraguas, cuando a mediación de la calle
Concepción, se levantó un enorme huracán que volvió el paraguas y se lo quitó
de las manos, pero Antonio siguió andando como si tal cosa sin volver la cara,
por lo que nunca supo los posibles estropicios que hubiera causado el artefacto
antiaguas.
Tuvo que comer con un
cliente, por lo que a toda prisa volvió al hotel a peinarse y prepararse para
la tarde, pero antes de lanzarse a la calle, se tomó un café en un bar cercano.
En el camino hacia el otro
extremo de la ciudad, empezó a notar que el café no le había sentado todo lo
bien que debiera, pero tenía prisa por llegar a la cita que le había dado uno
de los principales pediatras de la zona, por lo que siguió andando hasta que un
fuerte dolor de vientre le hizo parar en un escaparate, y decidir sobre la marcha que necesitaba entrar
en un servicio, pues aquello no aguantaba.
En los primeros dos bares
que entró, sólo había urinario, por lo que se dirigió a un restaurante cercano
que estaba aún abierto, pero todo se le vino abajo cuando le informaron que el
cubículo de caballeros estaba en obras.
Ya en la esquina siguiente
se tuvo que parar, y su esfínter descargó el peso que lo agobiaba.
¿Qué podía hacer en
semejantes circunstancias?
No quería perder la
entrevista tan importante que tenía, por lo que no se le ocurrió otra cosa, que
meterse entre los calzoncillos y el pantalón varios folletos de los que llevaba
en la cartera y continuar con su obligación hasta que pudiera volver al hotel.
Llegó al bloque de viviendas
a la vez que una señora con su niño, por lo que tuvo que compartir el ascensor
los cinco pisos hasta la consulta.
La señora lo miraba al oler
lo que desprendía, por lo que él por disimular dijo que le parecía que el
pequeño se había hecho cacas. La señora miró al niño y este dijo: “Este hombre
peste”. Menos mal que ya llegó.
La consulta estaba llena,
por lo que Antonio se quedó en la entrada esperando que lo llamaran, lo que
sucedió casi enseguida.
Al entrar y saludar al
médico, le dijo: “huele como a bajante atascado”, este no hizo comentario
alguno, pero Antonio declinó sentarse cuando se lo ofreció pretextando un
lumbago grave. Mientras estuvo hablando la cara del doctor no salió del asco,
por lo que Antonio abrevió y al irse tuvo que aguantar que el médico le dijera:
“Que se mejore, aunque lo veo mal, pues ya huele a cadáver en descomposición”.
Volvió al hotel como pudo y
se desnudó para observar que la catástrofe era enorme, pues la mierda le llegaba
hasta los calcetines, y el pantalón del traje ni que contar como estaba incluso
después de quitarle lo más gordo bajo el grifo.
Ni que decir tiene que tuvo que
tirar los calzoncillos y llevar de urgencia el pantalón a la tintorería, que
menos mal que le aseguró que se lo tendrían para primera hora del día
siguiente.
Volvió al hotel y decidió
acostarse hasta el día siguiente sin cenar y apretando el culo, pues ya no le
quedaban ganas de continuar aquel terrible día.
En Jaca, a 16 de abril del
2014
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