No podía más. Después de
varios meses sin ser yo mismo, sin descanso ni relajación, ya que casi no
comía, no me relacionaba con nadie, y por supuesto no había podido dormir más
de cuatro horas seguidas, tomé una decisión drástica sobre aquel “inquilino” no
deseado que había ocupado mi casa sin mi permiso, aunque mi familia estuviera
muy satisfecha con aquella compañía.
Había tomado la firme
convicción de que lo tenía que hacer desaparecer, pero debía planearlo de tal
forma que a nadie le pareciera que yo había sido el ejecutor de su forzado
evaporamiento, aunque era manifiesta mi antipatía inmisericorde por semejante
sujeto.
Empezaba a oscurecer un
precioso día de final de la primavera y a pesar de todo, el azahar seguía
esparciendo su precioso olor por todo el jardín de aquella vivienda-chalecito,
que por cierto aún era del banco, ya que para
ser enteramente mía tendrían que transcurrir los veintisiete años que me
quedaban de pagar hipoteca, pero bueno, vayamos al grano y os cuento.
Después de varias horas
vigilando los ruidos de la casa, por fin parecía que todo el mundo dormía, por
lo que puse en marcha mi maquiavélico
propósito levantándome con sumo cuidado de no hacer ruido.
Ya tenía preparado un enorme
saco para meter al sujeto de mis desasosiegos, por lo que me dirigí al cuarto
de las herramientas para armarme de un azadón, una pala y una carretilla de
mano que me aliviara el peso de todo, dirigiéndome a enterrar el cuerpo del
delito y hacerlo desaparecer definitivamente.
Tomé un caminito de tierra
que conducía después de un par de kilómetros a un descampado que hacía las
veces de estercolero incontrolado, por lo que me puse un pañuelo sobre la nariz
que me evitaran los asquerosos efluvios del entorno.
Busqué un rato hasta encontrar
un clarito que me pareció idóneo para el entierro del saco y su contenido, por
lo que me puse al trabajo de cavar una fosa profunda para que nadie pudiera
encontrar el objeto de mis odios.
Cuando la fosa me pareció
suficiente, tomé la pala y descargué con todas mis fuerzas una serie de enormes
porrazos sobre es saco de forma que nadie reconociera su contenido, pues
previamente le había quitado todo lo que pudiera identificarlo, arrojando el
fardo con su contenido, y procediendo por último a cubrir todo con la tierra
extraída.
Estaba sudando por el
esfuerzo, pero aún me recreé un rato mirando mi obra y fumándome un cigarrillo.
Volví sobre mis pasos feliz
y deseando dormir a pierna suelta el resto de aquella noche y el resto de mis
días.
En los días siguientes toda
la familia estuvo buscando y preguntando por el sujeto de mi fechoría, pero ya
después todo volvió a ser como antes y yo pude dedicarme a lo que más me gusta
en mi vida, cocinar.
Nunca más la puta Thermomix
me sustituiría en la cocina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario