Eran los mejores estudiantes
de su curso y del colegio, pero eso no les granjeaba precisamente las simpatías de sus
condiscípulos, y como siempre iban juntos
le pusieron este mote.
Adolfo, Sixto y Juan,
siempre estaban solos en los recreos o en cualquier celebración lúdica del
conjunto de sus compañeros, y no sólo eso, sino que siempre estaban recibiendo
ataques de toda índole, sin que sus protestas o las de sus padres hicieran
mella en la dirección o en los profesores del centro.
Estos ataques o bromas como
lo denominaban los pandilleros de los que estaban rodeados, iban desde palizas,
robos de los libros y material escolar, hasta lo que era peor, y es que atraían
a toda la tropa de “borregos” en los escarnios públicos más crueles, mientras
los profesores miraban hacia otro lado.
Aparte de los estudios,
estos tres amigos destacaban en otras actividades por supuesto siempre
individuales, como el caso de Juan, que era campeón escolar de los 100 m.
lisos, o Sixto que era campeón de ajedrez juvenil de toda la provincia, y sin
dejarnos atrás a Adolfo, que era un karateka consumado.
Cuando salieron del colegio
para ingresar en la universidad, entraron en otro mundo en donde eran más
respetados, y además habían perdido de vista a sus verdugos escolares.
Los tres acabaron las
carreras muy jóvenes: Adolfo Derecho, Juan Económicas y Empresariales, y Sixto hizo
una ingeniería industrial.
Decir que Adolfo llegó a ser
juez, y dio la casualidad que uno de los matones del colegio compareció un día
en su juzgado acusado de trata de blanca y robo con intimidación, y aunque
intentó darse a conocer al juez para así aliviar su condena, este lo ignoró completamente
imponiéndole la pena preceptiva, dedicándole las peores miradas de desprecio de
las que fue capaz.
Juan hizo oposiciones a la
Inspección de Hacienda, y pasó que le tocó investigar un fraude en el que
estaba inmerso un empresario, que resultó ser el principal jefe de los
agresores escolares.
Este le hizo la pelota todo
lo que pudo a su antiguo “compañero y amigo” como le gustaba dirigirse a él,
sin que esta actitud hiciera lo más mínimo para que la multa e incluso la
posible cárcel se le rebajara lo más mínimo.
Estos amigos se reunían muy
a menudo cuando sus ocupaciones se lo permitían, y el día que comentaban esto
entre los tres les dijo Sixto: “Pues a mí fue a pedirme trabajo otro de los notables
de aquel tiempo, y le hicieron un montón de pruebas, algunas humillantes por
orden mía, para luego comunicarle yo personalmente que no daba la talla para el
puesto, y cuando se iba le deseé lo peor refrescándole la memoria de todo lo
que nos hicieron durante aquellos horribles años”.
Es curioso constatar cómo
algunas veces la vida, te da la perversa oportunidad de sacarte esas espinas
que te clavaron injustamente en alguna ocasión; y sí, es una satisfacción muy
grata.
En Zizur Mayor, a 23 de abril
del 2014
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