(Continuación)
Me
retiré a media tarde, quedando para vernos a la mañana siguiente,
pues necesitaba descansar, relajarme y pensar un poco en aquella
mujer que se había colado por mis poros y venas.
Con
el pretexto de que me enseñara el sótano de la casa donde se
encontraba la bodega privada, ahora mía, quedé con Aurora en vernos
desayunando juntos al día siguiente, y pensando en ella me quedé
dormido con una primera edición de poemas de Borges abierto por los
primeros versos:
“Ni
la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni
la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito de niña,
ni
la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán
favor tan misterioso
como
el mirar tu sueño implicado
en
la vigilia de mis brazos.”
Me
desperté con un regusto dulcemente tierno en mi cabeza, pero sin
acordarme de mis sueños como siempre sucede con los más hermosos.
Bajé
con la mejor de mis sonrisas, pues ya estaba esperándome mi onírica
dama.
Charlamos
largamente sobre vinos, pues al preguntarle por su preparación, me
comentó que había estudiado biológicas, que se había
especializado en enología, y que actualmente trabajaba en la bodega
con su padre, como técnico. Todo esto me agradó sobremanera al ver
a mi bella involucrada en mis negocios.
Bajamos
las empinadas y crujientes escaleras de madera, y llegamos al
portalón de entrada donde abrió con la llave que traía diciéndome.
-Aquí
no se entra desde la última vez que vino D. Rafael, pues aunque la
llave siempre la tiene mi padre, nadie estaba autorizado a bajar aquí
sin que él estuviera presente.
Entramos
en silencio sobrecogido, pues aquello era un verdadero santuario,
dirigiéndonos hacia el “Sanctasanctórum”, sitio donde se
sentaba mi benefactor y sus pocas visitas, presidido por una enorme
mesa de cerezo con sus sillas correspondientes, donde aún había una
botella casi media de un magnífico vino australiano y dos catavinos
vacíos.
-Bueno,
pues habrá que empezar por saber qué es lo que tenemos aquí, dije
y nos encaminamos a recorrer los pasillos y la sala principal de
aquel tesoro tan amado por mi tío, llevando Aurora libreta en mano y
recomendándole que, cuando pudiera, bajara con las mujeres para
adecentar todo un poco, pero sin tocar las botellas y su polvo.
Estuvimos
casi hasta las tres de la tarde allí y no habíamos catalogado ni
la tercera parte de los repletos botelleros, en donde había caldos
y cosechas de las mejores del mundo, según mi “técnica”
particular, y nos fuimos a comer a un mesón cercano al pueblo,
donde me habían dicho que hacían el mejor lechazo del país, no
sin tener que insistir en mi invitación, pues ella se quería
escaquear sin demasiada consistencia.
Charlamos
toda la comida como si fuésemos dos antiguos amigos que se vacían
el uno con el otro de todo lo que les bulle en la cabeza, y
mantuvimos una larga sobremesa amenizada con muchas copas de un
increíble Glenfiddich Gran Reserva, por lo que salimos de allí
cerca de las siete de la tarde y un poquito puestos. Menos mal que
la vuelta la hicimos campo a través por el camino que conducía a
“San Rafael”, mi propiedad.
No se
si fueron las copas o el corazón el que nos indujo a besarnos
tiernamente en la boca cuando nos despedimos, aunque después ella
salió corriendo, como arrepentida hacia su casa, pero a mi me dejó
flotando en las primeras estrellas que empezaban alegremente a
despertar.
Por
desgracia, el día después no nos vimos, pues aunque ella continuó
catalogando botellas, yo tuve que ir con Antonio a los bancos en el
pueblo, para solucionar algunos problemas financieros que requerían
de mi conocimiento y de mi firma.
En el
camino de vuelta y agotadas las conversaciones de trabajo, vi a mi
gerente un poco cortado, como sin saber cómo decirme lo que tenía
en mente, pero yo me anticipé a su pensamiento, y le dije:
- Que
persona más agradable y guapa es tu hija Aurora.
-
Si, ya me he dado cuenta que estás más tiempo con ella que en los
negocios.
-
Bueno, como sabes me está catalogando e inventariando lo que hay en
esa bodega del caserón, pero si tiene algo urgente en el trabajo,
me lo dices, pues lo mío puede esperar. Y hablando de otra cosa, te
tengo que confesar que me gusta mucho tu hija.
-
Ella ya es mayor y sabe lo que hace, pero te ruego Fernando que
tengas cuidado con los sentimientos, pues Aurora ha escarmentado ya
por algunos fracasos y lo ha pasado muy mal. De todas formas gracias
por tu sinceridad.
Y ahí
quedó la cosa, pues habíamos llegado. Me dirigí directamente al
sótano, pero ya se había marchado y estaba cerrado el portalón.
La
llamé para quedar a desayunar a la mañana siguiente, y me dijo que
no podría venir hasta media mañana, pero que quería que viera
algo raro que había encontrado en la bodega, aunque no quiso
adelantarme nada, y así quedamos.
(Continuará)
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