domingo, 22 de junio de 2014

Inesperada herencia ( III )

(Continuación)

Me retiré a media tarde, quedando para vernos a la mañana siguiente, pues necesitaba descansar, relajarme y pensar un poco en aquella mujer que se había colado por mis poros y venas.
Con el pretexto de que me enseñara el sótano de la casa donde se encontraba la bodega privada, ahora mía, quedé con Aurora en vernos desayunando juntos al día siguiente, y pensando en ella me quedé dormido con una primera edición de poemas de Borges abierto por los primeros versos:

Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.”

Me desperté con un regusto dulcemente tierno en mi cabeza, pero sin acordarme de mis sueños como siempre sucede con los más hermosos.
                                                                          


Bajé con la mejor de mis sonrisas, pues ya estaba esperándome mi onírica dama.
Charlamos largamente sobre vinos, pues al preguntarle por su preparación, me comentó que había estudiado biológicas, que se había especializado en enología, y que actualmente trabajaba en la bodega con su padre, como técnico. Todo esto me agradó sobremanera al ver a mi bella involucrada en mis negocios.
Bajamos las empinadas y crujientes escaleras de madera, y llegamos al portalón de entrada donde abrió con la llave que traía diciéndome.
-Aquí no se entra desde la última vez que vino D. Rafael, pues aunque la llave siempre la tiene mi padre, nadie estaba autorizado a bajar aquí sin que él estuviera presente.
Entramos en silencio sobrecogido, pues aquello era un verdadero santuario, dirigiéndonos hacia el “Sanctasanctórum”, sitio donde se sentaba mi benefactor y sus pocas visitas, presidido por una enorme mesa de cerezo con sus sillas correspondientes, donde aún había una botella casi media de un magnífico vino australiano y dos catavinos vacíos.
                                                                                  


-Bueno, pues habrá que empezar por saber qué es lo que tenemos aquí, dije y nos encaminamos a recorrer los pasillos y la sala principal de aquel tesoro tan amado por mi tío, llevando Aurora libreta en mano y recomendándole que, cuando pudiera, bajara con las mujeres para adecentar todo un poco, pero sin tocar las botellas y su polvo.
Estuvimos casi hasta las tres de la tarde allí y no habíamos catalogado ni la tercera parte de los repletos botelleros, en donde había caldos y cosechas de las mejores del mundo, según mi “técnica” particular, y nos fuimos a comer a un mesón cercano al pueblo, donde me habían dicho que hacían el mejor lechazo del país, no sin tener que insistir en mi invitación, pues ella se quería escaquear sin demasiada consistencia.
Charlamos toda la comida como si fuésemos dos antiguos amigos que se vacían el uno con el otro de todo lo que les bulle en la cabeza, y mantuvimos una larga sobremesa amenizada con muchas copas de un increíble Glenfiddich Gran Reserva, por lo que salimos de allí cerca de las siete de la tarde y un poquito puestos. Menos mal que la vuelta la hicimos campo a través por el camino que conducía a “San Rafael”, mi propiedad.
No se si fueron las copas o el corazón el que nos indujo a besarnos tiernamente en la boca cuando nos despedimos, aunque después ella salió corriendo, como arrepentida hacia su casa, pero a mi me dejó flotando en las primeras estrellas que empezaban alegremente a despertar.
                                                                            


Por desgracia, el día después no nos vimos, pues aunque ella continuó catalogando botellas, yo tuve que ir con Antonio a los bancos en el pueblo, para solucionar algunos problemas financieros que requerían de mi conocimiento y de mi firma.
En el camino de vuelta y agotadas las conversaciones de trabajo, vi a mi gerente un poco cortado, como sin saber cómo decirme lo que tenía en mente, pero yo me anticipé a su pensamiento, y le dije:
- Que persona más agradable y guapa es tu hija Aurora.
- Si, ya me he dado cuenta que estás más tiempo con ella que en los negocios.
- Bueno, como sabes me está catalogando e inventariando lo que hay en esa bodega del caserón, pero si tiene algo urgente en el trabajo, me lo dices, pues lo mío puede esperar. Y hablando de otra cosa, te tengo que confesar que me gusta mucho tu hija.
- Ella ya es mayor y sabe lo que hace, pero te ruego Fernando que tengas cuidado con los sentimientos, pues Aurora ha escarmentado ya por algunos fracasos y lo ha pasado muy mal. De todas formas gracias por tu sinceridad.
Y ahí quedó la cosa, pues habíamos llegado. Me dirigí directamente al sótano, pero ya se había marchado y estaba cerrado el portalón.
La llamé para quedar a desayunar a la mañana siguiente, y me dijo que no podría venir hasta media mañana, pero que quería que viera algo raro que había encontrado en la bodega, aunque no quiso adelantarme nada, y así quedamos.

(Continuará)

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