lunes, 16 de junio de 2014

Inesperada herencia ( II )

Cuando habían pasado ya más de tres semanas, anuncié al gerente de la bodega, al que conocía más por referencias que de las veces que lo vi de pequeño, que haría un viaje hasta allí para saludarnos y conocernos mejor, me pusiera al corriente de todo, y que por favor hablara con quien correspondiese y me prepararan la casa para pasar allí unos días de descanso.
Así que me puse al volante de mi flamante Audi Q-7 recién adquirido, y partí desde Sevilla hacia Toro, provincia de Zamora, casi contento y sin tanta preocupación como en los primeros días en mi nueva vida de terrateniente, ya que me estaba planteando, pues el efectivo no aparecía, vender algunos inmuebles aunque el tiempo no era el más propicio para sacar plusvalías inmobiliarias.
                                                                        


A todo esto decir, que yo Fernando, poseía una pequeña librería y que también soy un cuarentón soltero, ya que mi primer y único amor me rompió el corazón hacía muchos años, y aún no me había repuesto de aquello.
Llegué tres días después a media tarde, pues al final tuve que pasar por Madrid para solucionar algunos temas que no podían esperar, y como me dijo Antonio por teléfono, me estaba esperando para cenar con toda su familia, aunque antes dejé el equipaje y saludé a las dos mujeres que se encargaban de la casa, que encontré perfecta tal como la recordaba, me pegué un baño de casi una hora con un Cardús en la mano y escuchando a Debussy, y con ropa elegantemente informal me dirigí a casa de mi anfitrión.
Me recibieron cariñosamente como yo esperaba, aunque en los ojos de la esposa, notaba algo entre temor y reserva.
Tenían dos hijas, aunque sólo estaba allí la soltera y bellísima madurita Aurora, pues la menor vivía con su marido en el extranjero.
Fue todo muy agradable y distendido, hablamos mucho de mi tío y del pasado, pero inevitablemente llegó el momento en que había que hablar del presente y del futuro, pues había una interrogación en los ojos de las mujeres que no podían disimular.
                                                                               
  

Tranquilicé a la familia sobre la permanencia en el puesto del cabeza de familia, pero no era ni el lugar ni el momento de hablar de otros temas, pues ya habría tiempo de sobra para conocer todo y a todos, y hablar del futuro que por desgracia dependería de una liquidez financiera realista, y que se aclararía quince días después en una reunión con el círculo de confianza heredado de mi tío.
Al día siguiente Antonio estaría muy liado en la bodega y me acompañaría en cuanto pudiera, por lo que Aurora se ofreció a enseñarme la finca, la bodega y toda la casa solariega.
A las siete de la mañana me desperté y como ya no tenía ganas de dormir, me lié en un viejo batín seguramente de mi tío, para bajar a la cocina por un café, pues al ser aún de noche pensé que las empleadas de la casa dormían, pero cual no fue mi sorpresa al encontrar a ambas en la cocina, donde con buenas maneras me echaron llevándome a la biblioteca en espera del desayuno, que me sirvieron con rapidez aunque yo sólo quería café, pero había tal cantidad de cosas deliciosas que se me abrió el apetito.
                                                                                  


Estuve un rato hojeando libros maravillosos de aquella gran colección de incunables y obras maestras tan querida de mi feudo, hasta que me preparé para la excursión de la mañana con Aurora, la cual llegó puntual a nuestra cita, con un ajustadísimo vaquero y una camiseta que marcaban toda su preciosa anatomía.
Montamos en su viejo todo terreno para visitar las viñas, las cuales casi ni vi atontado por la dulzura en el habla y los celestes ojos de aquella mujer, pero cuando aún no había aterrizado, ya estábamos en el patio de entrada de la bodega, donde Antonio hablaba con dos señores que me presentó como de nuestros mejores clientes, dedicados a la exportación de vinos de calidad.
Aurora se marchó con un pretexto, para dejarnos solos a su padre y a mí.

Estuve en la bodega hasta el mediodía, en que nos trajeron cuando ya me iba a marchar, un montón de comida que acompañada con un magnífico vino Gran Reserva 2007 Don Rafael, consumimos charlando sobre cómo veía Antonio el futuro, que por cierto nos deparaba sin remedio una gran inversión para superarnos en competitividad y seguir creciendo. Y si el dinero no aparecía, a ver de donde.

1 comentario:

  1. Nueva entrega del relato "Inesperada herencia", que continua. Si empiezas a leerlo, lo seguirás hasta el final. Ah... y CONTINUARÄ

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