martes, 14 de octubre de 2014

¿Somos el problema o la solución?

El frío no avisa y en aquel mediados de noviembre hacían unas temperaturas inusualmente gélidas para Sevilla, por lo que me abrigué para cumplir con la costumbre casi diaria de tirar la basura.
Al acercarme a los contenedores, observé como una mujer y una niña pequeña, dormían o lo intentaban echadas en el suelo de la marquesina de la parada del autobús a unos metros de mi portal, y cómo se cubrían para mitigar la helada con unos cartones y una ajada lona.
                                                           


Me quedé parado un rato una vez completado el rito pensando no sé bien en qué, pero me dirigí hacia las que dormían ofreciéndoles bajarles algo de comer, contestándome la que parecía la madre dándome las gracias en un francés chapurreado, pero cuando ya me iba camino de la escalera de la casa, me volví en un no calculado impulso yendo nuevamente hacia las mujeres, indicándoles con gestos que me siguieran hasta mi casa.
Le expliqué a mi mujer en qué condiciones me había encontrado a estas dos personas, y ella de inmediato las invitó a entrar hasta la cocina, sentándolas y poniéndoles de comer de todo lo que había en casa, devorando las viandas madre e hija con hambre de no sé si de días o de semanas.
                                                            


Ya más tranquilas, nos explicó en un francés que yo no entendía pero que mi mujer si, la que efectivamente era la madre de la pequeña que eran inmigrantes, que su marido había muerto de una rara enfermedad allá en la provincia de Almería, y que iban hacia Córdoba a buscar a un hermano de ella que vivía por allí, pues no tenían medios de vida y era su única esperanza.
Mi mujer le indicó que dormirían en nuestra casa, pues teníamos una habitación de invitados con una cama de matrimonio, y las dirigió hacia el baño para que se asearan y se cambiaran las ajadas ropas por unas de mi mujer, y algunas de mi nieta para la niña que tendría aproximadamente la misma edad. Cuando la pequeña se quitó la ropa, se descubrió que tenía una herida en el brazo que seguramente podría haber sido la mordedura de una rata, por lo que mi esposa enfermera profesional, se empleó a fondo para limpiar y desinfectar la herida que resultó ser muy superficial, por lo que una vez vendada, no requirió de mayor tratamiento.
                                                              


Yo mientras tanto me había metido en internet y les había sacado dos billetes de tren para la mañana del día siguiente hacia la ciudad que decían, y se los metí en un sobre con algo de dinero; mi mujer les preparó una bolsa de deportes con ropas de mi nieta y otras de ella que ya no usaba, y unos bocadillos para el viaje.
Nos fuimos a nuestro dormitorio dejándolas instaladas, y dormimos abrazados aunque intranquilos, sin decirnos nada el resto de la noche.
Cuando me levanté a la mañana siguiente y me dirigí al dormitorio de mis invitadas, ya no estaban. Sólo había un papel encima de la cama donde habían garabateado un “muchas gracias” con temblorosa letra.
                                                             


Me marché hacia el trabajo como cada día, con una sensación de insatisfacción y pensando en los sucesos de la noche anterior, cuando desde el coche vi gente que rebuscaba en la basura en busca de algo que vender o que comer. ¿Estaba en mis manos solucionar esta miseria o sólo paliarla?
Este mundo de presumibles gentes civilizadas y pudientes, estaba enfermo si nadie veía lo que estaba pasando a nuestro alrededor, o éramos insolidariamente ciegos ante las necesidades prioritarias ajenas.
A esto habíamos llegado.
¿Por qué?


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