El
frío no avisa y en aquel mediados de noviembre hacían unas
temperaturas inusualmente gélidas para Sevilla, por lo que me
abrigué para cumplir con la costumbre casi diaria de tirar la
basura.
Al
acercarme a los contenedores, observé como una mujer y una niña
pequeña, dormían o lo intentaban echadas en el suelo de la
marquesina de la parada del autobús a unos metros de mi portal, y
cómo se cubrían para mitigar la helada con unos cartones y una
ajada lona.
Me
quedé parado un rato una vez completado el rito pensando no sé bien
en qué, pero me dirigí hacia las que dormían ofreciéndoles
bajarles algo de comer, contestándome la que parecía la madre
dándome las gracias en un francés chapurreado, pero cuando ya me
iba camino de la escalera de la casa, me volví en un no calculado
impulso yendo nuevamente hacia las mujeres, indicándoles con gestos
que me siguieran hasta mi casa.
Le
expliqué a mi mujer en qué condiciones me había encontrado a estas
dos personas, y ella de inmediato las invitó a entrar hasta la
cocina, sentándolas y poniéndoles de comer de todo lo que había en
casa, devorando las viandas madre e hija con hambre de no sé si de
días o de semanas.
Ya
más tranquilas, nos explicó en un francés que yo no entendía pero
que mi mujer si, la que efectivamente era la madre de la pequeña
que eran inmigrantes, que su marido había muerto de una rara
enfermedad allá en la provincia de Almería, y que iban hacia
Córdoba a buscar a un hermano de ella que vivía por allí, pues no
tenían medios de vida y era su única esperanza.
Mi
mujer le indicó que dormirían en nuestra casa, pues teníamos una
habitación de invitados con una cama de matrimonio, y las dirigió
hacia el baño para que se asearan y se cambiaran las ajadas ropas
por unas de mi mujer, y algunas de mi nieta para la niña que tendría
aproximadamente la misma edad. Cuando la pequeña se quitó la ropa,
se descubrió que tenía una herida en el brazo que seguramente
podría haber sido la mordedura de una rata, por lo que mi esposa
enfermera profesional, se empleó a fondo para limpiar y desinfectar
la herida que resultó ser muy superficial, por lo que una vez
vendada, no requirió de mayor tratamiento.
Yo
mientras tanto me había metido en internet y les había sacado dos
billetes de tren para la mañana del día siguiente hacia la ciudad
que decían, y se los metí en un sobre con algo de dinero; mi mujer
les preparó una bolsa de deportes con ropas de mi nieta y otras de
ella que ya no usaba, y unos bocadillos para el viaje.
Nos
fuimos a nuestro dormitorio dejándolas instaladas, y dormimos
abrazados aunque intranquilos, sin decirnos nada el resto de la
noche.
Cuando
me levanté a la mañana siguiente y me dirigí al dormitorio de mis
invitadas, ya no estaban. Sólo había un papel encima de la cama
donde habían garabateado un “muchas gracias” con temblorosa
letra.
Me
marché hacia el trabajo como cada día, con una sensación de
insatisfacción y pensando en los sucesos de la noche anterior,
cuando desde el coche vi gente que rebuscaba en la basura en busca de
algo que vender o que comer. ¿Estaba en mis manos solucionar esta
miseria o sólo paliarla?
Este
mundo de presumibles gentes civilizadas y pudientes, estaba enfermo
si nadie veía lo que estaba pasando a nuestro alrededor, o éramos
insolidariamente ciegos ante las necesidades prioritarias ajenas.
A
esto habíamos llegado.
¿Por
qué?
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