lunes, 24 de noviembre de 2014

Envejecer perjudica el corazón

Hacía un tiempo que las alarmas habían saltado, pero él o no quería verlas o si las veía no creía que aquello tuviera solución, o por lo menos no intuía una solución sencilla, por lo que había optado dejar correr la cuerda hasta que aquello parara lo más tarde posible, pues ocurrir, seguro que ocurría.
Quedaba lejano aquel idílico otoño en que se fueron conociendo y enamorando entre risas, copas y amigos comunes, coincidiendo en eventos diversos que aunque parecían fortuitos, estaban perfectamente pensados y controlados por ambos, y ya al poco, cuando empezaron a sentirse incómodos con los demás, se desgajaron de la manada y fueron por libre viviendo sus vidas en solitario y sorbiéndose literalmente el uno al otro en todo lo que entendáis por eso.
                                                                 


Los unía casi todo, como sucede casi siempre en esos casos donde el amor entra a raudales atolondradamente, aunque la puerta receptiva de los sentimientos esté encajada por temor a que alguien lo pueda entender como “barra libre” y equivoque los pasos hacia lo interiormente profundo y prohibido.
Él era veinte años mayor que ella, y aunque inicialmente no se notara excesivamente esta diferencia, después de aquellos gloriosos años pasados como en “volandas”, poco a poco, apenas sin apercibirse ninguno de los dos de los pequeños detalles que iban apareciendo de vez en cuando, cada cierto tiempo pero que cada vez eran más próximos entre sí, se fueron encendiendo algunas “luces” a las que hasta el momento no se les daba mayor importancia, tal como si fueran pequeños acoples a otra etapa más tranquila, de un amor maduro y profundo.
                                                                     


Todo empezó un día, pero podría haber sido cualquier otro, en que a ella le apetecía ir con unos amigos a la presentación de un disco de su grupo favorito, y él le dijo que no quería acostarse tarde teniendo que madrugar al día siguiente, marchándose Juana sóla.
Aquella negativa, se extendió a otras ocasiones con diferentes excusas, de tal forma que ella empezó a ir por su cuenta y sin preguntar, de manera que cada uno empezó a hacer su vida, pues a ella, como desde siempre, le encantaba salir y beberse la vida a tragos durante el día o la noche, y Tomas ya entonces pasaba de aquello, disfrutando sobre todo de la tranquila soledad de su biblioteca, oyendo la música de siempre y entre sus queridos libros. Había cambiado hasta la relación retomada con sus amigos comunes.
Pasaron un tiempo de esta manera inapropiadamente despegada, ya no sólo fisicamente, sino también en sus afectos en otro tiempo desbordantes, de forma que un día se sentaron y lo hablaron como dos personas cultas y sensatas que eran, y se impusieron un tiempo para reconducir la nueva situación, pero ya sabían en aquel tardío impás, que no había ya lugar para empezar de nuevo, pues el “plato” no sólo estaba frío, sino que había perdido color, olor y sabor.
                                                                    


Una lluviosa tarde de febrero se despidieron prometiéndose volver a verse en unos días, pero pasó el tiempo sin que a ninguno de los dos le apeteciera marcar el número del otro, y llegó el momento en que resultó tarde para todo, incluso para poner esquela al fallecimiento del amor entre aquella pareja de Juana y Tomás.
“Envejecer, perjudica seriamente el corazón”.
R.I.P.A. Amén.


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