Hacía
un tiempo que las alarmas habían saltado, pero él o no quería
verlas o si las veía no creía que aquello tuviera solución, o por
lo menos no intuía una solución sencilla, por lo que había optado
dejar correr la cuerda hasta que aquello parara lo más tarde
posible, pues ocurrir, seguro que ocurría.
Quedaba
lejano aquel idílico otoño en que se fueron conociendo y enamorando
entre risas, copas y amigos comunes, coincidiendo en eventos diversos
que aunque parecían fortuitos, estaban perfectamente pensados y
controlados por ambos, y ya al poco, cuando empezaron a sentirse
incómodos con los demás, se desgajaron de la manada y fueron por
libre viviendo sus vidas en solitario y sorbiéndose literalmente el
uno al otro en todo lo que entendáis por eso.
Los
unía casi todo, como sucede casi siempre en esos casos donde el amor
entra a raudales atolondradamente, aunque la puerta receptiva de los
sentimientos esté encajada por temor a que alguien lo pueda entender
como “barra libre” y equivoque los pasos hacia lo interiormente
profundo y prohibido.
Él
era veinte años mayor que ella, y aunque inicialmente no se notara
excesivamente esta diferencia, después de aquellos gloriosos años
pasados como en “volandas”, poco a poco, apenas sin apercibirse
ninguno de los dos de los pequeños detalles que iban apareciendo de
vez en cuando, cada cierto tiempo pero que cada vez eran más
próximos entre sí, se fueron encendiendo algunas “luces” a las
que hasta el momento no se les daba mayor importancia, tal como si
fueran pequeños acoples a otra etapa más tranquila, de un amor
maduro y profundo.
Todo
empezó un día, pero podría haber sido cualquier otro, en que a
ella le apetecía ir con unos amigos a la presentación de un disco
de su grupo favorito, y él le dijo que no quería acostarse tarde
teniendo que madrugar al día siguiente, marchándose Juana sóla.
Aquella
negativa, se extendió a otras ocasiones con diferentes excusas, de
tal forma que ella empezó a ir por su cuenta y sin preguntar, de
manera que cada uno empezó a hacer su vida, pues a ella, como desde
siempre, le encantaba salir y beberse la vida a tragos durante el día
o la noche, y Tomas ya entonces pasaba de aquello, disfrutando sobre
todo de la tranquila soledad de su biblioteca, oyendo la música de
siempre y entre sus queridos libros. Había cambiado hasta la
relación retomada con sus amigos comunes.
Pasaron
un tiempo de esta manera inapropiadamente despegada, ya no sólo
fisicamente, sino también en sus afectos en otro tiempo
desbordantes, de forma que un día se sentaron y lo hablaron como dos
personas cultas y sensatas que eran, y se impusieron un tiempo para
reconducir la nueva situación, pero ya sabían en aquel tardío
impás, que no había ya lugar para empezar de nuevo, pues el “plato”
no sólo estaba frío, sino que había perdido color, olor y sabor.
Una
lluviosa tarde de febrero se despidieron prometiéndose volver a
verse en unos días, pero pasó el tiempo sin que a ninguno de los
dos le apeteciera marcar el número del otro, y llegó el momento en
que resultó tarde para todo, incluso para poner esquela al
fallecimiento del amor entre aquella pareja de Juana y Tomás.
“Envejecer,
perjudica seriamente el corazón”.
R.I.P.A.
Amén.
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