Habrá
pasado el ventoso otoño,
Dando
paso desganado al polar invierno,
Y esas
terciadas hojas bermejas que no veo,
Volverán
a cubrir mi calle al paso apresurado de los
días.
Ya
no estaré.
Un inapropiado
aguacero terrible y vengativo,
Causará
estragos en mi decadente barrio recordado,
Anegando
el parque de los besos,
Arrastrando
piedras, árboles y bancos,
Sin respetar,
si acaso, la memoria del silencioso eco.
Ya
no lo veré.
¡Qué
bulliciosamente alegre la calle del colegio
A la
salida en punto de niños con sus padres!
Coches
que llaman con sonidos familiares,
Apresurados
adioses amigos hasta el siguiente día,
Completando
de tele, galletas, baños y tareas,
El corto
espacio restado hasta la cama.
No
los sentiré.
Y crecerán
mis nietos sin mis benévolas miradas,
Inmersos
en sus ganas del vivir de cada día,
Como
si ya quedara poco hasta el mañana.
Y quizás
recuerden lejanamente remoto aquel tiempo;
El
nombre, la imagen, las palabras, el irregular paso,
De
este abuelo que se fue sin querer, sin ruido y sin
ganas.
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