Iba
a coger el coche, pero ante el magnífico día que hacía, decidí
dar un paseo por mi pueblo, pues los olores a naturaleza se te metían
por los poros pidiéndome salir al campo y disfrutar de lo auténtico.
Pero
aún no había puesto un pié en el verde, cuando empecé a
estornudar reiteradamente y se me pusieron llorosos los ojos, pero no
era que me hubiese resfriado, sino la jodida alergia que atacaba de
nuevo.
Acababa
de empezar a andar entre olivos y naranjos cuando mis pies fueron a
posarse sobre una olvidada mierda que no podía ser de persona humana
por su enormidad, por lo que con el cabreo correspondiente me dirigí
hacia lo que era una acequia de riego que corría por allí para
limpiar mis zapatos de los excrementos de aquel maleducado animal
doméstico, seguramente pastosa vaca.
La
porquería del primer zapato salió sin problemas, pero me estaba
costando más el pié izquierdo, y en un raro movimiento sobre el
agua, me encontré inmerso en el líquido elemento hasta las mismas
rodillas.
Bueno,
aquello iba de mal en peor, pero lo soporté deportivamente, pues
tampoco salía mucho al campo y seguramente lo que me estaba pasando
era por falta de oficio.
Me
senté sobre una piedra para que se me secaran zapatos y pantalones,
aunque la realidad era que me estaba molestando el sol, pues padezco
de rosáceas y debería haber llevado sombrero para que no me
salieran esas feas manchas rojas de la cara, que me salieron por
cierto.
Aunque
apenas me había secado fui volviendo a la civilización, cuando me
metí por acortar por un huerto de naranjos y limoneros, y como
conocía al dueño, decidí llevarme unos frutos de aquellos, con tan
mala suerte que fui a tocar un panal de avispas, que al sentirse
atacadas, salieron en tropel para picarme rabiosas en la mano y en el
cuello.
Tiré
naranjas y limones para salir corriendo hacia el ambulatorio cercano,
en donde irrumpí presa del pánico pidiendo auxilio.
Todo
el mundo se quedó callado y sorprendido mirándome, pues venía ya
os podréis imaginar cómo, llevándome a continuación una enfermera
al interior para curarme asustada, preguntándome que de donde salía
y qué me había pasado.
Estaba
con toda la cara roja y los ojos irritadísimos que se querían
salir, los pantalones y zapatos chorreando, y la mano y el cuello
hinchados de las picaduras; para resumir, estaba hecho un Cristo,
vamos.
Como
siempre, me prometí no volver a salir al campo nunca más, pero
seguro que cuando llegue la primavera del año que viene se me habrá
olvidado.
Dice
el refrán, “que el hombre es el único animal que mete los pies en
la misma mierda dos veces”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario