Cómo,
poco a poco, se iba oscureciendo la luminosa mañana, que nada hacía
presagiar ni por asomo, lo que vendría después.
Me
sorprendí a mismo encendiendo la lamparita del despacho, y al mirar
por la cercana ventana, pude observar cómo la luz del sol se había
apagado; era como si le hubiesen echado un capote por encima al astro
rey, y ya no pude seguir trabajando en el documento que tenía por
delante, pues me llegó una especie de lejano murmullo seguido a
continuación de violentas sacudidas que me arrojaron al suelo,
arrastrándome como por instinto de supervivencia hacia debajo de la
mesa.
Sabía
y a la vez quería ignorar que estaba a punto de que se me fuera la
vida, de que aquí se acababa todo. Acurrucado, abrazándome las
rodillas y con los ojos cerrados, esperaba el último porrazo, el
postrer hachazo que separara definitivamente mi cuerpo de esta
realidad mundana.
En
el momento en que pensaba todo esto, tuve conciencia de que era un
terremoto, y acto seguido se volcó la enorme librería sobre el
sillón donde, hasta hacía un rato, había estado sentado.
El
estruendo exterior e interior parecía la misma cosa, aunque de eso
sólo tuve conciencia mucho después, ya que en ese momento la
realidad era que estaba inmovilizado debajo de la mesa, pues estaba
rodeado totalmente de libros, muebles y cachivaches rotos casi todos.
Fui
empujando cosas para abrirme camino hacia la puerta, pero ésta
estaba cerrada y encajaba rota contra el marco, de forma que como
pude, fui rompiendo la madera hasta abrir un hueco que me permitiera
salir hacia la entrada de la casa que parecía haber resistido los
temblores, aunque nos habíamos quedado sin luz y agua, de lo que me
percaté cuando pude empezar a evaluar los daños sufridos.
Intenté
llamar con el móvil a mi familia que estaban pasando unos días en
el pueblo de los abuelos, pero tardé bastante en encontrar
cobertura, aunque después no me cogían el teléfono, lo que me
llevó a un estado de ansiedad por enterarme si todos estaban bien.
En
la espera estaba, cuando llegó un vecino a interesarse por si nos
había pasado algo, diciéndome que el terremoto había sido de siete
grados y medio, pero que el epicentro estaba muy cerca, por lo que
nos había afectado más.
Por
fin pude hablar con mi mujer, que ni siquiera se había enterado de
nada, pues allí apenas se había sentido.
La
estructura de la casa se había salvado, aunque había varias grietas
por algunas paredes, la antena de TV se había caído y un árbol
estaba con raíz y todo dentro de la piscina.
En
fin, cosas que tienen solución, pero a mi aún me tiemblan las
piernas, pues en esos momento piensas en lo que piensas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario