Había sido una zona
residencial allá por los años 60 del anterior siglo, cuando su padre, emigrante
durante veintitantos años en Alemania, compró este enorme y entonces
destartalado local con casi todo lo que había ahorrado trabajando de sol a sol
en todo lo que salía, y había montado el taller mecánico para arreglar
vehículos “El Alemán”, pues era lo que le gustaba y sabía.
Él era pequeño, y de lo
único que se acordaba era de las épocas de Navidad, cuando su padre volvía de
aquel país cargado de regalos para su madre y sus cuatro hermanos menores. Era
la única ocasión en que aquella familia rozaba la felicidad, aunque sabían que
su padre volvería a marcharse al siguiente día en que todos, como locos de
emoción, disfrutaban de los juguetes dejados por los Reyes Magos.
A la muerte de su querido
padre y amigo, les compró entrampándose hasta las cejas, la parte de herencia
que correspondía a sus hermanos, y ahora se encontraba en la disyuntiva de que
no sabía qué iba a pasar con todo aquello, que con mucho trabajo y esfuerzo
había ido sacando adelante, intentando adaptarlo cada cierto tiempo, a las
necesidades del momento.
Hacía un par de años que se
tuvo que buscar un socio, pues tenía la oportunidad de hacerse concesionario de
una importante marca de vehículos de lujo, y aquí empezaron sus auténticos
problemas, ya que entrampado nuevamente, dio con una mala persona que creía
amigo, y que además de no involucrarse en la actividad, se dedicó de sibilina
forma, a vaciar la caja común y a retirarse después cuando ya solo quedaban los
préstamos bancarios que había avalado con todo y más de lo que tenía.
Toda su vida y la de sus
nueve empleados dependía ahora de una liquidez que le negaban todas las
entidades de crédito en esta época de crisis, a pesar de que el negocio era
rentable, pues tenían más trabajo del que podían atender y sólo había que
cambiar algunas cosas, pero le faltaba dinero
para encauzar definitivamente aquello.
Una noche en que los
problemas no le dejaban descanso para el sueño, habló largo y tendido con su
esposa, y ambos de común acuerdo atisbaron algunas soluciones.
Era una persona llana que
gozaba, con todos los que le conocían, de una gran credibilidad, así que inició
entonces una ronda de conversaciones cara a cara con la gente a las que les
debía, con sus proveedores necesarios, con sus principales clientes, y por
último, cuando lo estuvo todo claro, reunió a sus empleados para hablarles del
futuro, y que sin tapujos les expuso con total transparencia.
Con el principal deudor,
llegó al acuerdo de una moratoria con aplazamientos de pago, claro está que
tendría que pagar más intereses. A los suministradores de material les contó el
plan que tenía para salir del bache, proponiéndoles una forma de pago
beneficiosa para ambas partes que no lo asfixiara tanto, y por último tuvo una
reunión con sus principales clientes,
que eran: Dos multinacionales con coches de renting, una empresa de vehículos de alquiler, y una
cooperativa de taxis.
A todos los puso al corriente de los problemas y les
propuso que si pagaban por adelantado los trabajos, disfrutarían de unos
descuentos muy ventajosos que no podrían rechazar.
Dejó para el final lo que
más le afectaba: sus empleados.
A partir del próximo mes
sólo cobrarían el 75% de sus sueldos, él también se incluía, y quedaban
anuladas las primas y pagas extraordinarias, pero que dichas cantidades se les empezarían a
devolver gradualmente pasados dieciocho meses, por lo que no las perderían.
Sólo uno no estuvo de
acuerdo y decidió marcharse a otra empresa que lo requería.
Todo esto se llevó a cabo
con escasas contrariedades sin incumplir en ningún momento el plan trazado, por
lo que pasados algunos años y casi superada ya la crisis, habían ampliado la
plantilla de empleados al doble, y todos
estaban más que satisfechos de trabajar
con Eulogio, que les demostró que con la verdad y con ganas de involucrar a
todos en la solución, se solucionan los problemas.
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