Si volvemos la vista atrás
repasando la historia, no se entiende muy bien cómo el género humano ha
pervivido tanto y cómo seguimos multiplicándonos.
Desde antes incluso de que
Roma fuese la dueña del mundo y mucho más después, todos los conflictos,
invasiones, revoluciones, genocidios, defenestraciones, independentismos,
guerras de religión (en nombre de Dios, se llame Dios, Yahvé, Alá o de cualquier otra forma), han enmascarado
fines que no coinciden verdaderamente con las causas que los iniciaron o que
dijeron.
Los grandes perdedores
siempre han sido los mismos: gentes que sólo querían trabajar y sacar a su
familia adelante, personas de paz que nadie les preguntó para enrolarlos en los
ejércitos que invadían otras tierras o luchar contra su antiguo amo y caer en
uno peor, incautarle sus bienes o clavarlos de impuestos con un solo
beneficiario que durante toda la historia ha sido el mismo. Siempre gana el
poderoso, el banquero, el terrateniente, el impostor demagogo que toca la fibra
para que creamos que luchamos por nuestros intereses, es decir, cualquier
oligarquía que no le importa los medios siempre que el beneficio, ya se llame
poder, riquezas, o ambas cosas, sea para ellos.
Y además está visto que
nunca aprendemos de los errores, que cíclicamente se vuelven a repetir los
mismos.
Detrás de cada conflicto, de
cada guerra, donde nos dicen que hay que rearmarse para mantener la paz y el
enemigo no se atreva con nosotros, detrás de cada revolución salvadora que
cambie las cosas, detrás de cada independentismo o anexión, siempre hay un interés
espurio que nunca dicen.
El que tiene mucho quiere
tener más, el que tiene muchísimo lo quiere todo, y para eso no les importa esclavizar
o masacrar al resto, y lo hacen delante de todos sin recato ni vergüenza.
Tanto nos acobardan y
adoctrinan, que nos quedamos convencidos
que esa gente es buena porque nos dan las migajas, nos dan trabajo aunque
paguen una mierda, nos garantizan la “paz social”, nos defiende de los “malos”,
nos convencen para votarlos o encumbrarlos, no vaya a ser que venga alguien que
también quiera arrebatarnos nuestros ralos y escasos despojos.
Siempre es igual, nada ni
nadie lo cambiará, aunque es posible que algún día la ingeniería genética consiga
borrarnos del ADN las pasiones, la intransigencia, la envidia. Que todo lo que
llevamos en nuestra alma se convierta en positivo y bueno para todos.
Sería un cataclismo como
cuando desaparecieron los dinosaurios, pero entonces ya no seríamos humanos,
seríamos ángeles.
¡Qué aburrido!, dirá alguno.
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