martes, 31 de julio de 2018

Tóxicos vecinos


Eran estadounidenses, y se habían mudado a esa urbanización hacía poco tiempo. Ella daba clases de inglés en un colegio de la ciudad, y él tenía un trabajo de consultor en la cercana base americana de Morón de la Frontera.
No se relacionaban con nadie, aunque Felipe por ser vecino, le había empujado el coche a ella una mañana y por eso sabía algo de sus vidas, aparte de los gritos e insultos que salían de aquella casa en los continuos enfrentamientos de este matrimonio o lo que fuesen, sin hijos conocidos.
                                                                  


Estaba solo, pues su mujer había ido a visitar a una hermana y no volvería hasta pasada unas semanas.
Una tarde del mes de julio al llegar a casa, se dio cuenta de que el jardín de los americanos se estaba inundando y el agua llegaba ya a la calle, y viendo que estaban aparcados los dos coches de la pareja, decidió avisarles de lo que estaba sucediendo.
                                                                  


Había tocado el timbre repetidamente y como nadie acudía a la llamada, cerró el grifo del jardín como pudo ya que no cortaba correctamente el agua, y miró por los cristales de las ventanas que tenían echadas las persianas, aunque por el resquicio de una oteó el interior y no se veía a nadie, y ya se marchaba cuando se abrió la puesta.
Apareció el hombre totalmente despeinado, con muy mala cara, y llevaba el pantalón corto, la camiseta, brazos y piernas con muchas salpicaduras de sangre.
Le indicó con gestos lo que pasaba, a lo que respondió dando las gracias y dándole con la puerta en la narices.
                                                                     

Felipe se fue mosqueado hacia su casa, pues aquello no le sonaba bien, ya que parecía que la mujer no estaba aunque el coche estuviese en la acera, y esas salpicaduras de sangre… Aquello le dio que pensar.
Estaba anocheciendo, y Felipe seguía vigilando a sus vecinos por si veía algún movimiento y dudando en llamar a la policía ya que aquello levantaba sospechas, cuando vio salir al hombre cambiado de ropas y con dos enormes bolsas de basura opacas que depositó en el maletero, para volver con  otra enorme bolsa de deportes que debía ser muy pesada, ya que casi la arrastraba con ambas manos, y de la mujer ni rastro.
                                                                    


Entonces llamó a la policía, dándole todos los datos del coche, de la vivienda y lo que había visto; sospechaba que las continuas peleas de esta pareja hubiesen acabado en tragedia.
Hacía mucho rato de la llamada y como nada sucedía, decidió acostarse, y apenas había cogido el primer sueño cuando sintió que llamaban repetidamente a la puerta.
Al abrir se encontró con dos policías, uno de uniforme, que después de excusarse por la hora, le dieron las gracias por la llamada, pero que no había habido ninguna tragedia.
                                                                   


Al americano, le habían regalado en la base un pavo vivo para que celebrara con su familia la fiesta nacional americana de julio, por lo que la sangre correspondía al pavo que estaba matando y que guardaba en la nevera, que su mujer estaba fuera por trabajo, y que los bultos del coche eran cachivaches que llevaba al vertedero.
¡Vaya corte! A ver con qué cara miraba al día siguiente a la pareja, pero bueno, mejor así.
La realidad es que con esa horrible lista de mujeres maltratadas y masacradas por sus parejas, todas las precauciones son pocas, aunque siempre lo peor no está a la vista, sino en la mente de algunos enfermos individuos.

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