La única certeza al nacer es
que moriremos, desconociendo la fecha de caducidad y sin que nos pidan permiso
para traernos al mundo, a la vida.
Me entra la duda de que si
nuestra alma es inmortal, o eso nos dicen, ya existiría antes de nacer y
seguirá su andadura hasta ¿el infinito? No sé, y aunque soy de los que creen en
otra forma de vida espiritual en no sé dónde, tengo mis reparos.
La vida la comparo a un
enorme volumen de finitas hojas, aunque nadie sabe de verdad la fecha del inicio
de tan descomunal tocho, y mucho menos cuando se acabará esta novela (con
partes de teatro trágico, de relatos terroríficos y de poca poesía) y si tendrá
algún epílogo.
Cada uno escribe algunas
humildes líneas, unas más largas que otras; las hay emborronadas, y hasta
algunas ininteligibles, cada cual escribe lo que puede o lo que le dejan;
algunos humanos con veinte o treinta caracteres hacen un magnífico relato, a otros
le lees dos o tres páginas que han llegado a emborronar con caracteres
engolados, y te puedes dormir de aburrimiento.
Seguramente, si pudiéramos leer sólo los grandes hitos de esta
historia, casi todos serían de tragedias, de millones de muertos, unos por
culpa de fenómenos cuasi naturales, como cataclismos, epidemias y hambrunas,
pero otras catástrofes, y creo que las mayores, habría que achacarlas al ser
humano, como las guerras, revoluciones y otros odios sangrientos; e incluso en los primeros casos, es posible que la
mano del hombre también estuviera detrás de la mayoría de hecatombes, muchas
veces diluidas en etéreas responsabilidades compartidas por todos.
Y sería curioso comparar
capítulos de desgracias que se repiten de tiempo en tiempo, lo cual nos
llevaría a pensar que al ser humano le falta emplear parte de su celebro, que
le falta cochura, que no estamos desarrollados mentalmente o que el componente
de maldad que todos llevamos dentro nos hace volver siempre a la casilla de salida,
sin acordarnos de las enseñanzas de los que jugaron a lo mismo antes que
nosotros, ya que esta reiteración comportaría que no aprendemos nada de lo que
hicieron nuestros abuelos o bisabuelos, que estamos predestinados a acabar con
nosotros mismos mediante ese gen destructor que todos llevamos dentro.
Soy de los ingenuos que a
pesar de todo cree en que el buenismo de unos pocos es capaz de contagiar al
resto, y aunque lo veo difícil, no por ello hay que darse por vencido.
Cada uno es libre de
escribir algo en ese enorme volumen del que hablo, y aunque el comportamiento de
unas pocas de buenas personas no sea capaz de emborronar las tragedias, lo
importante es intentarlo, pues no sabemos cómo acabará el libro, pero lo mismo
está en nuestra mano que el final sea feliz como los cuentos para dormir a los
pequeños.
Que no tengan o no tengamos
pesadillas si es posible evitarlas, y cuando la inevitable parca venga a
recogernos, que nos encuentre con una sonrisa satisfecha.
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