miércoles, 21 de noviembre de 2018

El libro de la vida


La única certeza al nacer es que moriremos, desconociendo la fecha de caducidad y sin que nos pidan permiso para traernos al mundo, a la vida.
Me entra la duda de que si nuestra alma es inmortal, o eso nos dicen, ya existiría antes de nacer y seguirá su andadura hasta ¿el infinito? No sé, y aunque soy de los que creen en otra forma de vida espiritual en no sé dónde, tengo mis reparos.
                                                                


La vida la comparo a un enorme volumen de finitas hojas, aunque nadie sabe de verdad la fecha del inicio de tan descomunal tocho, y mucho menos cuando se acabará esta novela (con partes de teatro trágico, de relatos terroríficos y de poca poesía) y si tendrá algún epílogo.
                                                                    


Cada uno escribe algunas humildes líneas, unas más largas que otras; las hay emborronadas, y hasta algunas ininteligibles, cada cual escribe lo que puede o lo que le dejan; algunos humanos con veinte o treinta caracteres hacen un magnífico relato, a otros le lees dos o tres páginas que han llegado a emborronar con caracteres engolados, y te puedes dormir de aburrimiento.
                                                                  


Seguramente, si  pudiéramos leer sólo los grandes hitos de esta historia, casi todos serían de tragedias, de millones de muertos, unos por culpa de fenómenos cuasi naturales, como cataclismos, epidemias y hambrunas, pero otras catástrofes, y creo que las mayores, habría que achacarlas al ser humano, como las guerras, revoluciones y otros odios sangrientos; e incluso en los primeros casos, es posible que la mano del hombre también estuviera detrás de la mayoría de hecatombes, muchas veces diluidas en etéreas responsabilidades compartidas por todos.
                                                                      


Y sería curioso comparar capítulos de desgracias que se repiten de tiempo en tiempo, lo cual nos llevaría a pensar que al ser humano le falta emplear parte de su celebro, que le falta cochura, que no estamos desarrollados mentalmente o que el componente de maldad que todos llevamos dentro nos hace volver siempre a la casilla de salida, sin acordarnos de las enseñanzas de los que jugaron a lo mismo antes que nosotros, ya que esta reiteración comportaría que no aprendemos nada de lo que hicieron nuestros abuelos o bisabuelos, que estamos predestinados a acabar con nosotros mismos mediante ese gen destructor que todos llevamos dentro.
                                                                      


Soy de los ingenuos que a pesar de todo cree en que el buenismo de unos pocos es capaz de contagiar al resto, y aunque lo veo difícil, no por ello hay que darse por vencido.
                                                                    


Cada uno es libre de escribir algo en ese enorme volumen del que hablo, y aunque el comportamiento de unas pocas de buenas personas no sea capaz de emborronar las tragedias, lo importante es intentarlo, pues no sabemos cómo acabará el libro, pero lo mismo está en nuestra mano que el final sea feliz como los cuentos para dormir a los pequeños.
Que no tengan o no tengamos pesadillas si es posible evitarlas, y cuando la inevitable parca venga a recogernos, que nos encuentre con una sonrisa satisfecha.

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