Te despiertas de mañana y te
sientes bien; por la ventana se vislumbra un magnífico día, y pegas el salto o
te levantas pausadamente no vaya a ser que sufras algún percance muscular.
Te preparas un café y
mientras lo degustas, miras la prensa en internet y te enteras de lo de
siempre: lo que pasa con el país, con los políticos de todo signo, los datos del paro y
los maquillajes de los que ven la botella medio llena y otros que la ven medio
vacía, y de las catástrofes naturales en algún sitio lejano o muy cerquita de
tu casa.
Después de todo parece un
día normal, y te diriges tranquilamente al baño para asearte y salir a hacer las
compras del día y desayunar.
Ya frente al espejo, te das
cuenta de que te asoman pelitos por la nariz y otros de las cejas que están muy
largos, por lo que coges la maquinita y te los quitas, y ya puestos, te fijas
en tu aspecto en general, y ahí empiezan las zozobras.
Ves que aunque no estás gordo,
tienes papada, y que te están saliendo unas manchitas en el lado derecho de la
cara, y que tus orejas te han crecido, y al abrir la boca te acuerdas que no te
has puesto las prótesis de dientes que sustituyen a los que te faltan, y que
tienes unas enormes entradas en el cabello no cano, sino blanco, y por detrás una
tonsura de fraile medieval.
Y ya puestos y antes de
meterte en la ducha, observas tu cuerpo entero en el espejo de la mampara, y
ves lo flácido de tus brazos, la pancita incipiente, los malditos michelines y
todo tu perfil inapropiado, muy lejano de cualquier canon de belleza.
“¡Qué pena de cuerpo con lo
que has sido”, te dices.
Ya en la calle y pensando en
tu deterioro creciente, saludas a una bella mujer a la que has visto crecer, y
que te dice con una brillante sonrisa: “Qué bien te conservas, Carlos”, e
inflamas tu pecho al darle las gracias con una pícara mirada, y aunque no te crees a estas alturas los halagos,
la realidad es que a nadie le amarga un dulce.
Sigues tu paseo pensando en
otra época, con otros años, pero te das cuenta de que a pesar de todo estás contento contigo mismo, y como el que no
se consuela es porque no quiere, te dices:” Sí, indiscutiblemente estoy viejo y
quizás decrépito, pero mirando en mis adentros, no sé si cambiaría la lozanía de antaño por la
sabiduría de ahora”.
“El pasado pasó por muy
presente que lo tenga, el futuro nadie lo puede prever, por lo que hoy es un
gran día y nadie me lo va a fastidiar.”
“Hoy pude ser un gran día, plantéatelo
así”, como dice Serrat.
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