lunes, 16 de julio de 2018

¿Cómo te ves?


Te despiertas de mañana y te sientes bien; por la ventana se vislumbra un magnífico día, y pegas el salto o te levantas pausadamente no vaya a ser que sufras algún percance muscular.
Te preparas un café y mientras lo degustas, miras la prensa en internet y te enteras de lo de siempre: lo que pasa con el país, con los  políticos de todo signo, los datos del paro y los maquillajes de los que ven la botella medio llena y otros que la ven medio vacía, y de las catástrofes naturales en algún sitio lejano o muy cerquita de tu casa.
                                                                


Después de todo parece un día normal, y te diriges tranquilamente al baño para asearte y salir a hacer las compras del día y desayunar.
Ya frente al espejo, te das cuenta de que te asoman pelitos por la nariz y otros de las cejas que están muy largos, por lo que coges la maquinita y te los quitas, y ya puestos, te fijas en tu aspecto en general, y ahí empiezan las zozobras.
Ves que aunque no estás gordo, tienes papada, y que te están saliendo unas manchitas en el lado derecho de la cara, y que tus orejas te han crecido, y al abrir la boca te acuerdas que no te has puesto las prótesis de dientes que sustituyen a los que te faltan, y que tienes unas enormes entradas en el cabello no cano, sino blanco, y por detrás una tonsura de fraile medieval.
                                                                   



Y ya puestos y antes de meterte en la ducha, observas tu cuerpo entero en el espejo de la mampara, y ves lo flácido de tus brazos, la pancita incipiente, los malditos michelines y todo tu perfil inapropiado, muy lejano de cualquier canon de belleza.
“¡Qué pena de cuerpo con lo que has sido”, te dices.
                                                                      




Ya en la calle y pensando en tu deterioro creciente, saludas a una bella mujer a la que has visto crecer, y que te dice con una brillante sonrisa: “Qué bien te conservas, Carlos”, e inflamas tu pecho al darle las gracias con una pícara mirada, y  aunque no te crees a estas alturas los halagos, la realidad es que a nadie le amarga un dulce.
Sigues tu paseo pensando en otra época, con otros años, pero te das cuenta de que a pesar de todo  estás contento contigo mismo, y como el que no se consuela es porque no quiere, te dices:” Sí, indiscutiblemente estoy viejo y quizás decrépito, pero mirando en mis adentros,  no sé si cambiaría la lozanía de antaño por la sabiduría de ahora”.
                                                                  


“El pasado pasó por muy presente que lo tenga, el futuro nadie lo puede prever, por lo que hoy es un gran día y nadie me lo va a fastidiar.”
“Hoy pude ser un gran día, plantéatelo así”, como dice Serrat.

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