Estaba dando un paseo por
esta Sevilla de mis amores y recuerdos, sin rumbo fijo, y al igual que un
ludópata irredento sabe que haga lo que haga o vaya donde vaya acabará jugando,
yo sabía que acabaría en alguna librería del centro curioseando libros y
comprando alguno.
En eso estaba inmerso, en el
antiguo Teatro Imperial de la calle Sierpes, donde han puesto los libros
compartiendo sitio con escenario y platea, cuando alguien se dirigió a mi
sonriente diciéndome: “Usted no se acuerda de mí”, y no, no me acordaba; “Soy
Juancho”, e inmediatamente me acordé de aquel muchacho en plena adolescencia
que trabajó en el almacén de una de las empresas farmacéuticas para las que
trabajé.
Nos dimos un abrazo y
empezamos a recordar antiguos compañeros para ponernos al día, y llevábamos un
rato molestando la tranquilidad de aquella cripta, cuando decidimos tomar algo
y seguir la conversación, por lo que pagué el libro que aquel día me había
elegido como lector, y salimos hacia un cercano bar.
Me estuvo contando sus
peripecias por la vida. Había sido bombero por oposición, se había casado, se
había divorciado, y como no tenía hijos y quería poner tierra de por medio
después de aquel desengaño, se había enrolado con la Cruz Roja en un barco de
salvamento que actuaba entre las costas de Italia y Grecia, y como yo le
preguntara por su experiencia, me estuvo contando lo que es aquello; la
desesperación, la fatiga y lo que le quemaba más: la impotencia.
“Lo peor me sucedió un día
en que nos dirigimos en auxilio de una lancha neumática que había volcado en
plena noche, y al llegar a las coordenadas que nos dieron nos encontramos con
un montón de gente en el agua, haciendo gestos con las manos para que los
recogiéramos.”
“Y en eso estábamos toda la
tripulación, agobiados porque algunos empezaban a hundirse, cuando me fijé en
una zona un poco apartada donde una mujer y un niño luchaban por mantenerse a
flote, y lo malo es que no había ya recursos para aquellas personas, por lo que
me quité mi chaleco inflable metiéndomelo hasta el hombro y tirándome al agua
para intentar salvar a aquellos pobres, tirándole el chaleco a la mujer y
metiéndome bajo el agua para rescatar al niño que ya se había sumergido.”
“Con mucho trabajo logré
rescatar a la que resultó ser una niña que estaba inconsciente, casi ahogada, y me
dirigí al barco, donde mis compañeros que habían visto mi atrevida maniobra,
nos izaron a bordo.”
“La niña se recuperó después
de hacerle la respiración, y lo peor vino después, ya que según me contaron, el
chaleco que le tiré a la mujer se lo arrebató otro naufrago, por lo que la mujer
desapareció bajo las aguas.”
En aquel momento le cayeron
dos enormes lágrimas que me contagiaron, y después de fumarnos un pitillo,
tomarnos otra cerveza y tranquilizarnos, nos dimos un abrazo de despedida, dándonos
nuestros teléfonos para estar en contacto.
Y ahora, antes y mañana que
vengan esos ineptos mandatarios europeos a hablarnos de cuotas, de recursos, de
fronteras. Que se pongan a pensar de qué forma se sacuden el problema haciendo
lo menos posible, pero que parezca ante la opinión ciudadana, que han llegado a
acuerdos en favor de los “sin esperanzas” sin avergonzarse de su proceder, todo
para no enfadar a los populistas que gobiernan en Italia, Hungría, Polonia,
Austria y los que vengan.
¿En esto nos hemos
convertido? ¿Es así como nos gustaría ser tratados nosotros mismos? ¿Dónde se nos quedó la ética, la empatía, la piedad, la bondad, la grandeza
de ser humano?
No hay comentarios:
Publicar un comentario