Lo que le ocurría se lo
había ido ganando poco a poco, ya que nunca pensó en las consecuencias, porque
nunca pensó que lo pillarían, le parecía una ocurrencia genial, imposible de
pensar que aquello tuviese un fin.
Entró en aquella empresa
casi privada, casi estatal, hacía más de quince años, y ¡Qué trabajo le costó!
Molestó a los conocidos de su padre, gente poderosa, para que con su
licenciatura en económicas bajo el brazo, pudiera ocupar aquella plaza que
había quedado libre por jubilación, en la administración de aquel conglomerado
donde entraba dinero a raudales, y salía algunas veces no del todo de forma
ortodoxa.
Desde el principio cayó bien
a todos: compañeros, jefes, y lo más importante: se ganó un puesto de máxima
confianza en un nivel intermedio pero de gran responsabilidad, por donde
pasaba dinero, mucho dinero.
Le llegaban a la caja recibos
y liquidaciones firmados por sus jefes para proveedores, nóminas, material de
oficina, gastos de representación de mandos, compañeros, y del Concejo de
Administración, incluso administraba un “fondo de reptiles” de donde salía dinero
para pagar voluntades y entraba dinero para “otros fines” que redondeaba las
cuentas de los gerifaltes, y él pagaba y recibía guardando todos los recibos, por lo que su
contabilidad siempre estaba ajustada al céntimo y siempre al día, pues tenía
que dar cuentas como mínimo una vez al mes ante su superior, y al ver como
aquel hombre con demasiados vicios y acostumbrado a un alto tren de vida se
gastaba lo suyo y lo de la empresa, tuvo aquella idea para sacar toda la tajada
que pudiese en beneficio propio, y esto le llevó a donde estaba, en la cárcel.
Como recibos, había creado
una plantilla de liquidación de gastos para cada estamento, cuyas cantidades
finales a percibir dejaban abiertas, tan solo firmado por la persona receptora,
pues casi siempre y en función del dinero que hubieses en caja, era responsable
de rellenar la cantidad final, y él experto informático y adelantado
sinvergüenza, redondeaba estas cifras con pequeñas cantidades para que no se
notara, y que se embolsaba.
Pero la “avaricia rompe el
saco”, que decía mi padre, y como también a él le gustaba la buena vida, empezó
a sacar ya cantidades importantes con cargo a los concejeros y jefes más
gastosos, así como a sisar en algunas de las entradas, que durante bastante
tiempo nadie notaba, pero llegó un día, ¡Dios! Que la jodida prensa “marxista”
empezó a meter las narices por allí, y levantó un gran escándalo mediático que
salpicó a media jerarquía de máximos responsables.
En prevención de lo que
pudiese pasar, había creado una copia de todo que mantenía en lugar seguro, y
debido a las presiones del fiscal anticorrupción que llevaba el caso, empezó a
señalar a todos aireando los trapos sucios que salpicaron a políticos,
funcionarios y…a él mismo, pues la auditoría que se llevó a cabo insistía en
que se habían malversado alrededor de noventa millones de euros, de los cuales,
y esto no lo sabía nadie, el guardaba un importante pellizco.
Se llevó por delante a mucha
gente, pero del dinero malversado nunca más se supo.
Aunque le rebajaron la pena
por su colaboración en destapar el escándalo, de los siete años que le cayeron
no lo libró nadie.
Todos se pusieron contra él,
la policía tuvo que protegerlo, pues incluso fue amenazado de muerte, y además,
la paliza que le pegaron el día antes en que se lo llevaron a declarar.
Tenía que acostumbrarse a su
nueva vida, y esperaría a su salida del “trullo” para disfrutar de sus
“ahorros” que estaban salvaguardados muy lejos en lugar seguro.
Lo peor fue que su mujer se
divorció, todos le dieron la espalda, y ya no le quedaron ni familiares ni amigos. Estaba
apestado. Sólo.
Cualquier parecido con la
realidad, es pura coincidencia.
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