Casi siempre estaba fuera de
Sevilla por motivos de trabajo, a pesar de que
él, Antonio, lo que más deseaba en el mundo fuese estar más tiempo con
su familia, por lo que aquel día se había comprometido con su hija de nueve años
Nerea, a recogerla del colegio por la tarde e invitarla a un helado. Ya tocaba
y le apetecía dedicarse unas horas.
Su pequeña estudiaba en el
colegio “Sagrada Familia” en el barrio de Nervión cercano a su casa, por lo que
ya que estaba cerca y quedó un privilegiado aparcamiento libre, dejó su
vehículo detrás del “Corte Inglés” e iría andando dando un paseo a la salida
del centro.
¡Cómo había cambiado aquella
zona!
Cuando se casó hacía años,
aquello era un lugar poco habitado y por supuesto sin este montón de tiendas y
cafeterías, ni con esa cantidad de
gentes viviendo por aquí. Aquello se había convertido en una de las zonas
residenciales más exclusivas y caras de la ciudad, aunque seguía habiendo un
poco de todo.
Observó, como las aceras de
aquella avenida estaban ocupada por cantidad de “manteros”, (inmigrantes
legales o ilegales que vendían artículos falsificados), venidos huyendo de Dios
sabría qué míseros mundos o de qué miedos y guerras, aunque seguro que a las
tiendas de lujo que había por allí les haría poquísima gracia, ya que de hecho
avisaban a la policía que requisaba mercancías y personas, aunque de alguna
forma se tenían que ganar la vida aquella pobre gente.
Con su hija de la mano
fueron dando un paseo y contándose cosas, y riendo mucho, pues este padre sabía
cómo hacer reír. Se tomaron su helado y se dirigieron al coche, pues le había
prometido a su mujer que no tardarían, pues la niña tenía que hacer algunos
deberes, bañarse y acostarse tempranito, pues por las mañanas le costaba
trabajo despertar.
Estaba acomodando a su hija
en los asientos traseros del coche, cuando se vio sorprendido por una joven de color con un gran hatillo de
no sabía qué cosas, y que con lágrimas en los ojos le imploraba que la dejara
entrar en el coche, pues la policía quería quitarle su mercancía y seguramente
la deportarían, pues no tenía “papeles”.
Padre e hija se quedaron
mirándose asombrados y sin respuestas, hasta que Antonio reaccionó abriendo el
portamaletas del coche y diciendo a la muchacha:” Mete el bulto aquí y siéntate
delante”, y una vez todos colocados, arrancó el coche saliendo rápido de allí,
observando como la policía iba metiendo en una oscura furgoneta a un montón de
manteros con sus bultos.
Ella no hablaba, solo
lloraba desconsoladamente, hasta que Antonio le acercó un paquete de pañuelos,
y paró cerca de una tienda trayéndole
una botella de agua de la que bebió con ansia, hasta que ya cuando se serenó,
empezó a hablar sin que nadie le preguntara nada.
“Me llamo Sairan y vivo con
mi marido, una niña pequeña y los abuelos en un pisito del Polígono Sur. Mi marido si tiene
papeles. Trabaja en lo que va saliendo; guardacoches, vendiendo pañuelos en un semáforo,
de vigilante…de lo que puede. Ellos ya estaban aquí; yo vine de lo más profundo
de Senegal hace un año, y después de cruzar el desierto y mil calamidades pasé
la frontera en los bajos de un camión que casi me costó la vida, pero mereció
la pena por estar con mi familia y huir de aquella muerte lenta. Nuestro
matrimonio no lo reconocen aquí, por eso estamos arreglando las cosas para que
todo esté bien, pues estoy nuevamente embarazada”.
Nuestro amigo y la pequeña
escuchaban embobados sin interrumpir. No tenían respuesta para esto.
Dejaron a la chica donde
ella les dijo; una calle muy sucia, desolada y con un personal de poco fiar. Quiso
regalarle a la niña una camiseta de marca (falsificada), pero Antonio no lo consintió
si no la compraba, por lo que a la fuerza le metió cincuenta euros en el hatillo
sin opción a protestar.
Ya de vuelta a casa la niña
empezó a hacer muchas preguntas, de las que su padre, o respondía a medias, o
se sentía sin respuestas y corresponsable de aquel estado de cosas, ya que
pensaba, que el silenciar cosas que no nos gustan ayudan poco a solucionarlas.
Ya se estaba viendo, pensó, cómo respondía la “civilización occidental” de la
antigua Europa, teniendo que buscar fuera de sus fronteras a quien le hiciera
el trabajo sucio, buscando como un estercolero
nuclear, previo pago de su importe, claro.
¿Despertaríamos alguna vez
para ver, que estamos destruyendo los pocos principios éticos y morales que nos
unían y que conformaron esta alianza europea, esta zona de privilegios? ¿O es que
sólo nos unen los intereses económicos y nuestros inconfesados egoísmos?
Respóndete, y si no
encuentras respuestas, lucha en lo que puedas porque, por lo menos, quienes nos
rodean tomen conciencia de lo que está pasando, y que algún día la presión de
mucha gente como nosotros las
encuentren, pues haberlas hailas.
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