En lo más hondo de lo
profundísimo del mar, vivía una enorme familia de peces felices y contentos,
todo el día ocupados en juegos y aventuras, bajo la atenta vigilancia de los
papás, que se preocupaban de que esta enorme pandilla no se alejara demasiado
ni cayeran en alguna de las muchas trampas que los hombres ponían para pescarlos
y comérselos.
Todos eran del mismo color
más o menos, unos más claros, otros más oscuros, algunos con rayitas, pero
todos de un brillante plateado. Pero pasó que un día apareció de pronto entre
ellos otro pequeñín muy diferente, ya ¡Que era amarillo!
Todos lo tomaron a broma y
se metían con él diciéndole: “No te pareces
a nosotros, eres de un horrible color, pareces un limón”.
Estos comentarios llegaron a
oídos del papá que un día le preguntó a su esposa:
”Oye, ¿De dónde ha salido ese que no se parece
ni a los demás ni a nosotros?” y la mamá respondió: “Es que me encontré al pobrecillo enredado
en unas yerbas, y como estaba solo me lo traje con nosotros”
Y el padre le contestó: “Ah bueno, me parece bien. ¡Qué buena eres!”
Y así fue como nuestro “pez
limón” (así empezaron a llamarle), iba siendo aceptado poco a poco entre sus
hermanos y los demás vecinos, y lo que ya consiguió la aceptación completa del grupo, fue cuando un día salvó a tres de
sus hermanos de una red que habían tirado los hombres, rompiéndola con los
afilados dientes que le habían crecido.
La maestra del colegio les
explicó un día:
“Me
parece bien el nombre que le habéis puesto a vuestro hermano, pues sabed que en
todo el enorme mar hay peces con nombres como pez martillo, pez sierra, pez
espada, estrella de mar y hasta hay uno que le llaman caballito de mar”
Pero he aquí que un día se
dieron cuenta de que nuestro amigo iba perdiendo el amarillo, y que se iba
transformado poco a poco en un pez de colores brillantes, y llegaron a ser
tantos los colores, que se reunieron un día para ver de cambiarle el nombre al
pequeñín que ya era grande, y como tenía tantas franjas de color y tan
brillantes, acordaron en llamarlo “pez arcoíris”.
Pasado un tiempo, otros
hermanos y amigos empezaron a pedirle a nuestro amigo algunas escamas de
colores, ya que no querían ser todos de ese tono blancuzco por más brillante
que fuera, y como era muy generoso, empezó a desprenderse de sus escamas para
compartirlas con todos, y llegó un día en que como se quedó casi sin ninguna,
volvió a ser amarillo como antes, por lo que volvieron a reunirse y decidieron por
mayoría volver a llamarle “limón”, ya para siempre.
Y así fue, como hoy existe
una gran abundancia de esos peces mezclados con todos los colores del arcoíris,
y son de lo más normal.
La realidad es que todos son
peces, sean del color que sean, y todos tienen los mismos derechos y las mismas
obligaciones, y en esa convivencia son muy felices.
Los hombres debemos aprender
de la sabiduría de estos compañeros, seres vivos de nuestra casa común que es
la Tierra.
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