jueves, 13 de julio de 2017

Salir con luna llena

Ni era un vampiro, ni era supersticioso, pero aquella luna llena que flotaba en el cielo abandonado  de nubes y estrellas, y las altas temperaturas de julio, lo lanzaron a la calle en busca de no sabía bien qué.
                                                                    


Un día que su abuelo lo sorprendió buscando citas por internet, se lo había dicho posándole su arrugada mano en el hombro: “Juanito, en vez de citarte con nadie que seguramente te va a mentir, sal ahí afuera a ligar de primera mano cómo se ha hecho siempre, y no te equivocarás.”
                                                                      


No quiso coger el coche porque seguramente bebería, por lo que al salir de su casa hizo la primera parada en la cafetería de su amiga Daniela, con el disimulado fin de que lo orientara en la selva de la noche, en donde sabía que era una experta.
Pues si quieres, le dijo cuando adivinó su estrategia, en media hora cierro y te dejo en algún lado de los buenos, pero tú a tu bola, que yo soy mayorcita y también iré hoy de hembra depredadora”.
                                                                     


Y así fue como estuvieron recorriendo algunos locales, hasta que sin previo aviso su amiga desapareció sin despedirse. Bueno, ya estaba avisado.
Estaba a punto de marcharse él también de allí, cuando observó que una morenita de trasparentes ojos castaños, lo miraba disimuladamente, por lo que pidió otra copa y se fue al servicio a “retocarse”, y cuando ya el espejo le dio el “visto bueno” y salió, se tropezó en el pasillo con la dama en cuestión, pero es que se tropezó físicamente, por lo que después de las mutuas disculpas con intercambio de cómplices sonrisas incluidas,  se marchó a la barra, y al salir ella de la “toilette”, se atrevió a invitarla a una copa como disculpa por el incidente.
                                                                   


Se enquistaron ambos en una amplia conversación de conocimiento mutuo; las amigas de la chica se marcharon y ellos, sólo al aviso de que iban a cerrar, los apartó de la barra.
Ya en la calle, Juan dijo de tomar la última copa, pero ella pretextó que era muy tarde y que al día siguiente tendría que madrugar, por lo que se intercambiaron números de móvil, y ella se despidió, ya cuando había parado a un taxi, con un tenue beso en los labios de nuestro amigo, que lo dejó parado y sin reaccionar durante varios minutos, en que con una estúpida sonrisa, tomó el camino de vuelta a su hogar.
                                                                      


Aquello fue la primera de muchas citas y de muchos besos y demás (ya me entendéis), y vinieron otras lunas, y otras noches con y sin estrellas o nubes, pero ellos se siguen queriendo después de muchos años y muchas vicisitudes.
                                                                      


Y ya podéis ver que aunque esto parezca una historia rutinaria y sin sobresaltos, estaréis conmigo, en que a veces la vida es así de normal. O de anormal, según cómo se mire y quien.
                                                                     

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