jueves, 18 de marzo de 2010

La mala racha

Ya lo había cogido y guardado debajo de la cazadora, apoyándolo con el codo en la cintura para que no se le cayese. Miró hacia arriba buscando alguna cámara de seguridad y a los lados por ver si alguien le había visto cogerlo. No. No había nadie en este pasillo. Eran las 10,20 de la mañana y en la calle hacía mucho frio, pero él estaba sudando. Se tranquilizó mirando las estanterías y disimulando lo perentorio de salir por piernas de allí. Se dijo que esperaría a que hubiese más gente en el hipermercado y que no se le notara demasiado su angustia. Le dolía el brazo de tenerlo fijado a la cintura agarrando fuerte “el cuerpo del delito”.
En la “salida sin compra” había un vigilante jurado alto y ancho como la puerta de una iglesia. Aún no estaba preparado para salir con tranquilidad como si tal cosa. Fue a la sección de librería y empezó a hojear algunos ejemplares. Le encantaba leer. Cuando aún tenía trabajo, cada mes compraba dos o tres novedades de Novela Histórica, pues era leyendo como se relajaba después de las agotadoras jornadas de trabajo.
Al coger un libro y caérsele al suelo, varias miradas se centraron en él y se puso rojo amapola, pero rápidamente se recompuso y esbozó la mejor de sus sonrisas en forma de apurada mueca. Le dolía la cintura, el brazo y se le estaba movilizando el intestino y la próstata.
“Bueno si me cogen que le vamos a hacer, pero no puedo seguir así”.
Llegó el momento de salir cuando el enorme vigilante hablaba con una cajera. Trató de tranquilizar el paso, no mirar al seguridad y rezar lo que se acordaba para que las alarmas no funcionasen. Pasó y siguió andando cada vez más rápido sin mirar atrás ni creerse que había pasado la puerta sin problemas. Apretó el paso y se sentó en el banco de un jardín cercano. Respiró hondo mirando hacia la lejana puerta por donde había salido, por ver si notaba movimientos raros. Nada. Todo normal.
Se limpió el sudor de la frente con el pañuelo y fue entonces cuando sintió la baja temperatura que hacía. Se levantó y a buen paso inició el camino
de regreso a su casa. ¿Su casa? A pesar de haber pasado el peligro seguía sin separar el codo de la cintura, con el objeto apretado como si le fuera la vida en ello.
Llegó después de media hora larga. Por fin sacó lo robado y lo puso en la mesa. En ese momento sintió lo solo que se había quedado después de marcharse Ana y Toñito. Todo había venido junto: La pérdida del trabajo, del piso, la separación, ¿Qué más le quedaba que perder? Quizás la vida misma, aunque había decidido luchar a pesar de partir de cero. Y a otra cosa.
¡Qué hambre tenía!
Puso agua con sal a hervir y preparó la mesa: plato, tenedor, servilleta, vaso de agua y el bote de tomate que era lo único que tenía en la despensa.
Se quedó mirando lo robado; lo cogió en la mano, abrió el paquete y echó los macarrones en el agua ya caliente. Era lo primero que comía en cuarenta y ocho horas largas.
Ya pasaría la mala racha.

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