martes, 20 de abril de 2010

Cita a ciegas

Se despertó con dolor de huesos por haber dormido mal. Había estado en un “duermevela” toda la noche. Se levantó y después de pasar por el baño, se fue a la cocina a prepararse el primer café de la mañana, ya que sin él no se ponía las pilas. Pensó en la cita que tenía dentro de hora y media. No sabía qué hacer. ¿Acudiría?

Todo empezó el martes anterior cuando recibió un correo electrónico de su padre. ¿Su padre? Se ponía en contacto con ella después de más de veinte años. No lo recordaba, pues se divorció de su madre cuando ella era muy pequeña. Fue un divorcio con múltiples broncas antes y después, sin importarles que ella estuviera en medio y aunque era pequeña, sufría con el mal ambiente reinante.

El se marchó a Noruega como ingeniero en una plataforma petrolífera, desde donde les enviaba el dinero que estipuló el juez y que recibían puntualmente en su cuenta bancaria. Pero no sabían nada más de él.

Hacía cuatro años que tuvo que ingresar a su madre en una Residencia para enfermos de Alzheimer, la cual pagaba su padre. Desconocía como se había enterado, pero gracias a esto ella pudo seguir estudiando.

Ahora aparecía después de tanto tiempo, citándola en una cafetería del centro. Pedía perdón por no haber intentado verla desde que se fue.

Se vistió deprisa, pues quería pasar por la Facultad de Periodismo para entregar un trabajo para su doctorado.

Mordisqueando una rosquilla se lanzó escaleras abajo ya con el tiempo algo justo. Cuando salió del portal el autobús que tenía que coger estaba en la parada. Empezó a correr haciéndole señales al chofer para que la esperara. Llegó justo un segundo antes que cerrara las puertas. Sacó el “bono bus” y justo en ese momento el autobús dio un brusco acelerón, con lo que rosquilla, bolso, abrigo y libros cayeron al suelo y por poco no cayó ella también. Un señor la agarró y cuando la dejó segura se agachó y recogió todo lo que había caído.

-Muchas gracias y perdone.

-De nada señorita. Tranquilícese, la veo muy alterada.

-Es que siempre me pasa igual, me levanto con mucho tiempo pero siempre llego tarde a los sitios.

-Lo importante es llegar. Yo he esperado mucho hasta estar hoy aquí. No sé si será oportuno para la otra persona, pero mentalmente volver lleva su tiempo y sobre todo cuando se tiene cierta edad y mala conciencia.

Está la ciudad irreconocible con respecto a la que dejé.

¿Le importaría avisarme cuando lleguemos a la plaza de la Constitución?

-No se preocupe, yo me bajo allí.

-Me llamo Alberto y vuelvo desde el norte de Europa para ver a mi hija que dejé con su madre hace veinte años. Perdone si le molesto con mi conversación, pero es que estoy muy nervioso.

-No se preocupe. Le debo haberme librado de un buen porrazo.

-Mi hija será de su edad aproximadamente. No sé si me perdonará todos los años de ausencia, pero hay veces que no se puede hacer lo que uno quiere. Aparte de no llevarme bien con su madre de la que me divorcié, me tuve que ir solo para no poner en peligro a mi familia y que no me ocurriera nada, pues puse a la policía en antecedentes de lo que estaba pasando en una empresa donde trabajaba de ingeniero en nuevos proyectos. Me di cuenta que la empresa era una tapadera para el lavado de dinero del narcotráfico.

-¿Quiere aún a su hija?

-Con toda mi alma.

-Perdone pero ya llegamos. Esa es la plaza.

-La invito a un café si puedes, ya que tengo todavía media hora para mi cita.

-De acuerdo. Vamos a tomarlo para que te dé tiempo de contarme todo lo que te ha pasado en estos años. ¿Te puedo llamar papá?

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