martes, 6 de abril de 2010

El encuentro

Casi todas las cosas importantes suceden sin que nosotros seamos conscientes del momento mágico en que se producen. Estamos tan metidos en nuestros míseros pequeños mundos, que pasan por nuestro lado sin que nos parezcan lo suficientemente anómalas para distraernos en disfrutarlas o padecerlas.



Estaba dando un paseo por el “híper” cuando me percaté de una señora de mediana edad que me miraba insistentemente. Cambié varias veces de dirección pero siempre me seguía. Una de las veces que cambié de pasillo vi que venía directamente hacia mí:

-Perdone por mi atrevimiento, pero físicamente es usted igual que mi hermano Arturo. Murió hará pronto nueve años, pero es que lo sigo echando tanto de menos… Su aspecto, sus rasgos, su forma de andar y moverse, son iguales a los de mi hermano. Si me permitiera invitarlo a un café o lo que quiera para poder hablar un poco, me creería que hablo con él. Fue tan importante para mí y lo quería tanto….

Podía quedarme un rato, así que acepté la invitación de la señora.

-Bueno, no me he presentado. Me llamo Esperanza y el era mi único hermano. Desde que murieron primero mi padre y al año mi madre, hemos estado muy unidos. Él era el mayor y yo tenía diez años cuando faltaron mis padres. Arturo tuvo que dejar la universidad, hacía derecho, y ponerse a trabajar para salir adelante. Hizo unas oposiciones a Hacienda, y gracias a eso pude yo seguir estudiando. Era todo para mí. Se preocupaba de mis más mínimos detalles: Estudios, ropa, comida. Era hermano, padre, amigo y confidente. Yo sé que no le gustó Alfonso como marido para mí, pero ponía buena cara ante lo inevitable.

Qué razón tenía con esa antipatía. Me separé de Alfonso hace cuatro años. Ya no podía aguantar más sus malos tratos, sus insultos y menosprecios. Incluso me echaba en cara que no tuviéramos hijos. Ahora solo vivo para el recuerdo de mí hermano.

A mi cuñada y a su hija no las veo hace años. Solo alguna vez las felicito por teléfono en su santo. Si supiera el pobre después de todo lo que luchó, que su negocio se lo comieron en un año entre la mujer y la niña. ¿No te importa que te lo cuente, verdad?
¡Qué remedio!   
                                             
-Arturo se enamoró perdidamente de Toñi. Eran compañeros en el departamento de sanciones, y empezaron a salir enseguida. A pesar de esto, mi hermano no me descuidó lo más mínimo y de su largo noviazgo tuve la culpa, ya que no consintió en casarse hasta que yo pasé por el altar.

Mi cuñada siempre estaba muy celosa conmigo, pues decía que mi hermano había aportado una hija a la pareja. Por su culpa últimamente nos veíamos menos, aunque siempre sin perdernos de vista.

Toñi era muy ambiciosa y el Ministerio de Hacienda se le había quedado pequeño, así que pidieron dos años de “cedencia” y montaron una Gestoría donde hacían lo mismo de antes pero ahora defendían a los contribuyentes.

Fue un éxito. Cuando mi hermano tuvo el accidente tenían once personas a sueldo y 500 m2 de oficinas. Hoy lo tienen sus empleados de entonces, pues mi cuñada se lo vendió todo.

Entre el seguro de mi hermano y la venta del negocio se juntó con más de un millón de euros, de los cuales ya solo les queda el piso y el viejo Volvo. No sé con lo que derrochan en lujos como pueden vivir con la pensión de viudedad, ya que mi sobrina sigue “paseando” los libros, sin ánimo de “pegar un palo al agua”. Hasta un novio que tuvo se fue aburrido de aguantar los caprichos de ambas mujeres, porque la niña y la madre son iguales en todo.

Perdóneme si le estoy haciendo perder el tiempo, pero es usted tan igual y tenía tantas ganas de desahogarme.

Lo daría todo porque mi hermano estuviera vivo. Lo sigo queriendo como si estuviese ahí mismo donde usted está.

El recuerdo, la pena y la ansiedad me hacen no darme cuenta de que estoy tirando mi vida, que no lo supero. Hoy al verlo y hablar con usted he vuelto a sentir la vida que a él le faltó, en mí. Creo que me siento una persona nueva. Se lo debo a él y me lo debo a mí misma.

¿Podríamos vernos en otra ocasión? Perdóneme de nuevo. No lo he dejado ni hablar. No me acuerdo de su nombre.

No se preocupe. No tiene importancia. Llámeme como a su hermano, pero vernos otro día será difícil, pues salgo para un sitio muy lejano y no sé si mi jefe me dejará volver nuevamente por aquí.



Me gustaría que me prometiera que va a intentar volcar todo ese amor que tiene encerrado, en las personas que más cerca tiene. Yo la he escuchado y está en deuda conmigo.



A lo mejor debería empezar por visitar a su cuñada y sobrina. Seguramente la necesitan y no saben después de todo lo pasado como decírselo. Su hermano lo verá con agrado allí donde esté.



No lo piense y hágalo.



Me están llamando. Me tengo que ir.

-¿Pero dónde está? ¡Señor, señor, déjeme por lo menos su teléfono!

Salí corriendo a la entrada pero no lo veía. Era imposible que se hubiera disuelto en el aire.

Volví a la cafetería y le pedí al camarero la cuenta:

-¿Qué le debo?

-Su café ya me lo pagó señora.

-¿yo? Y además han sido dos.

-Señora, yo solo le he puesto un café y ya me lo ha pagado. En la mesa solo hay una taza.



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