Estoy pasando un delicioso mes de Agosto en compañía
de toda mi familia, jugando con mis nietos en la piscina, haciéndoles tonterías
para que se rían, paseándolos en el columpio y todas esas cosas que solemos
hacer los abuelos cuando tenemos a nuestro lado a tan agradables enanos.
Una costumbre que ha cogido mi nieta Olivia, es que
cuando va a acostarse, pasa por mi habitación para darme las buenas noches y
para que le cuente siempre el mismo cuento. El zapatero.
Es un cuento sacado de un DVD que se llaman
Cantajuegos, y que resumiendo se trata de un zapatero que recibe la visita de
un genio que le enseña una canción, de tal forma que si la canta bajito le
salen zapatos pequeños y si la canta fuerte puede hacer zapatos enormes.
Bueno, pues con la idea de acostarse lo más tarde
posible, me lo hace repetir un montón de veces y me dice riéndose que se lo
cuente “otra vezzz”.
Pues bien, la otra noche le dije: “Vamos a contar el
cuento de otra forma más acorde con la realidad”.
“Erase un zapatero
que anunciaba por internet que podía
hacer cualquier tamaño de zapatos, con lo que recibía multitud de peticiones,
unas más raras que otras, pero ese día le solicitaron unos zapatos enormes para un gigante de diez
metros de altura. Después de constatar que él no podría fabricarle unos zapatos
tan enormes por más canciones que cantara, mandó al gigante a la sección de
tallas grandes de “El Corte Inglés”.
Este enorme
cliente, vivía en un castillo adosado de la calle Gente Especial s/n, con lo
que la policía municipal tuvo que montar
un dispositivo enorme para que pudiera acceder tan difícil cliente a los
grandes almacenes: El recorrido sólo por grandes avenidas, cortar la
circulación de automóviles, poner dos motos con sirenas detrás y delante, y
otras minucias propias del traslado urbano de gigantes.
Una vez llegado
al sitio de la compra, se situó en una plaza cercana sentado, para así poder
probarse los zapatos que el departamento correspondiente tenía en la azotea del
edificio, aunque el hubiera preferido subir por las escaleras mecánicas para pasearse un rato.
Había poco
surtido, se quejó, pero se quedó después de varias pruebas con unos botines
rojos que le quedaban bien aunque le molestaba un poco el dedo gordo del pié
izquierdo, por lo que se los volvió a quitar, y para sorpresa de todos, salió
una dependienta sofocada del zapato que le molestaba, diciendo: “Estaba
amarrándoles los cordones y me caí dentro. Menos mal que no le olían los pies”.
Como el gigante
resultó contento y agradecido, le regaló al zapatero 1.000 acciones de Bankia,
que no sabemos lo que valdrían.
Pasados unos días
el zapatero recibió otro encargo curioso, y eran unas sandalias para un ser muy
pequeñito que ya conoceréis por otros cuentos; un “yerbito”.
Aquí tampoco el
zapatero pudo hacer gran cosa a pesar de que cantó en todos los tonos que sabía
infinidad de canciones mágicas, por lo que recurrió a una tienda especializada
en miniaturas llamada “Mínimo”, situada en el centro de la ciudad.
De tan especial
traslado se encargó él mismo, por lo que
se dirigió hacia el parque donde el yerbito tenía un loft donde vivía
acompañado de todos sus congéneres.
Metió al pequeño
en una cajita de esas de joyería donde iba muy cómodo echado en un cojín, por
lo que sin incidentes dignos de mención llegó dormido a la tienda. Había muchos
zapatitos, pero todos le venían grandes, por lo que el zapatero tuvo que
trabajar duro para adecuarlo a sus medidas irrisorias. En agradecimiento el
yerbito le pagó con “Acciones Preferentes”, que vete tú a saber cuándo
cobraremos.
Después de estos
encargos tan especiales y tan bien resueltos, al zapatero le llovieron los
encargos, montó una fábrica de tallas especiales con cincuenta empleados, y ya
nunca más ni tuvo dinero, ni ya nunca pudo dormir la siesta.
Y este cuento no se puede acabar
diciendo “fueron felices y comieron perdices” porque estas aves son una especie
protegida, por lo que tuvieron que comer ensalada mixta y sushi”.
Y entonces dijo Olivia:
-Abuelo, estás loquillo.
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