Por fin llegaba el gran día tan anhelado en que
cumpliría sus dieciocho años. Ya sería mayor de edad, por lo que podría votar,
ir a la guerra (Dios no lo quiera), irse de casa, pero lo que más le tiraba era
sacarse el carnet de conducir.
No podía quejarse de la vida, pues sus estudios iban
viento en popa, era bien parecido por lo que las chicas se le daban bien, y
sobre todo tenía unos padres y una hermana que lo adoraban.
La noche anterior a su cumpleaños se fue a la cama
temprano, y mientras llegaba el sueño leía un librito de poemas que le habían
prestado, con lo que poco a poco se fue quedando dormido.
Despertó muy temprano, con ansiedad sin saber por
qué, quizás con la euforia de su gran día y al incorporarse observó que tenía
un paquetito muy bien envuelto en la mesilla de noche, con una tarjeta que
decía: “La vida es corta, busca la felicidad antes que tu tiempo se agote”.
Desenvolvió el paquete un poco nervioso, y descubrió
un puzle de los difíciles, pues aunque solo era de cincuenta piezas, no tenía
dibujos, era de espejitos y ya que era muy temprano se dispuso a hacerlo,
aunque le intrigaba que no hubiera remitente en el extraño regalo.
Conforme se aplicaba en encajar las primeras piezas,
vio como iban apareciendo los bucles dorados de un pequeño bebé. Siguió
buscándole acomodo a los pequeños espejuelos mágicos y observando como lo que
parecía un niño se iba convirtiendo según iba encajando piezas en un muchacho
que tenía algunos de sus rasgos.
Ya tenía completado casi la mitad, cuando aquel
muchacho que reflejaba los trocitos se iba convirtiendo como por ensalmo en un
hombre maduro.
Se le iba acelerando el corazón conforme completaba
cada pieza, pues en cada encaje, se iba modificando el hombre que ya sin
ninguna duda era él, pues era un fiel reflejo propio lo que los espejos le
devolvían.
Su atemorizada mano fría atenazaba cada miniatura
como si al ponerlas, fuera envejeciendo su joven cuerpo. Por fin completó las
últimas piezas, con lo cual ya el conjunto reflejaba a una persona mayor bastante castigada por la vida, pues
aparte de las múltiples arrugas de aquella cara que parecía hablarle, el rictus
de tristeza de los labios y aquella mirada glauca le pusieron los pelos de
punta.
Se quedó un rato hipnotizado sin poder apartar la
mirada del conjunto de trocitos que habían conformado un espejo, donde la cara
reflejada se movía conforme el se apartaba. No podía ser.
El puzle se fue oscureciendo y daba la sensación de
que se contraía consumiéndose y deformando aún más aquella cara, hasta que
acabó desapareciendo con unas pequeñas llamas azuladas.
Volvió a la cama llorando sin saber muy bien porqué,
y con la mente tremendamente confusa por lo que acababa de ocurrir. Y así se
despertó, pues con gran alivio por su parte, había soñado aquello tan terrible,
pero jamás olvidaría la frase de la tarjeta:
”La vida es corta, busca la felicidad antes que tu
tiempo se agote”.
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