domingo, 15 de septiembre de 2013

La mosca

Me acababa de levantar de una reconfortante siesta de hora y media, y me dispuse frente al televisor a ver mi serie favorita “Castle”, cuando empezó a importunarme una mosquita de esas que llamamos por estos lares “cojonera”(N).
(N) Dícese del insecto que te toca los cojones reiteradamente.
Pues bien, al principio no le hice ni puto caso, pero cuando ya me estaba tomando mi cafetito de media tarde y harto de espantarla sin resultados, decidí pasar a la acción.
Mi principal estrategia consistía en eliminarla con algún objeto expeditivo, véase una revista enrollada o algún insecticida al uso.                                                   


Llegó un momento en que ya no atendía a mi serie favorita, sino que estaba atento al caprichoso vuelo de la pesada díptera.
Al segundo intento de aplastarla con la revista de modas y fallar, rodaron por el suelo la taza y el platito del café, con la rotura correspondiente. Visto lo visto, me fui a buscar algún spray matamoscas al rincón donde solían estar.
Mencionar que me encontraba solo con mi muleta, pues mi mujer había salido como cada miércoles con su hermana.
Ya con el arma letal en mi mano, cerré las ventanas y la puerta y eché una generosa ración de matamoscas en el ambiente, sin acordarme que este tipo de líquidos me producen una reacción alérgica insoportable, por lo que volví a abrir ventanas y puertas, y me salí al jardín a toser y a enjugarme los llorosos ojos.
                                                  


Fue en ese preciso momento cuando mi organismo precisó descomer urgentemente, por lo que me dirigí sin retraso hacia el baño con la “carga trasera” pidiéndome a gritos salir de mis intestinos, cuando observé con cabreo supremo que la maldita mosca me seguía.
Estuve dándome manotazos en diferentes partes de mi cuerpo sin lograr matar a tan persistente y molesto bicho, por lo que me tranquilicé, acabé de hacer lo que estaba haciendo y me dirigí nuevamente a mi sofá pensando que mi acompañante se habría quedado en el camino, pero para mi desgracia no fue así. Allí continuaba acabando con mis nervios.
Decidí no echarle cuenta por cambiar de estrategia, acordándome de “Los comentarios de la Guerra de Las Galias” de Julio Cesar. Me puse el spray y la revista enrollada a mi alcance y esperé que se confiara la bestia alada.
                                                      


Aunque intentaba inhibirme, mi organismo soltando adrenalina en cantidad, sólo estaba atento a las secuencias de vuelo y de paradas de la puta mosca, hasta que después de tres paradas observé que le gustaba la pantalla de la lámpara de mesa, de bella cerámica, que se encontraba a mi izquierda, por lo que me dispuse a atacar con todas mis respuestas orgánicas a punto.
Fue letal. Mi porrazo con el periódico fue letal para la lámpara que rodó por el suelo sin que consiguiera acabar con el vil insecto, por lo que rendido acabé admitiendo mi derrota y aceptando que no era capaz de espantar la molestia, cuando observé como mi enemiga toda chula y con gran desparpajo, salía sin daño por la abierta ventana.
                                                      

                                                           La famosa mosca de Obama

¿Qué tal el día?” me preguntó mi mujer cuando regresó.
Vida mía, la verdad es que aburrido y deseando que llegaras”, no le iba a contar nada de mi derrota y de los estropicios. Ya se me ocurriría algo creíble cuando viera el catastrófico resultado de tan infructuosa batalla.


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