Y
por fin llegó el día. Después de los contratiempos de mi cadera,
pudimos hacer el viaje a París que mi hija le había regalado a su
madre por su sesenta cumpleaños, y ¡Que bien nos salió todo!
Empezar
diciendo, que yo ya conocía la ciudad, y que llevaba unos prejuicios
que no se cumplieron, gracias a Dios.
Nosotros
chapurreábamos francés e inglés, pero lo difícil era enterarnos
de las respuestas, siempre tremendamente amables, pues se esforzaban
en entendernos y ayudarnos en la solución, incluso los taxistas que
tienen fama de estúpidos, ¡Qué bien nos lo pusieron!
Empezar
hablando de esta ciudad universal que con 25º al mediodía y 12º
por la mañana nos acogió en este final de Agosto, y ver cómo
sus habitantes minoritarios eran europeos, ya que la mayoría de la
gente son asiática, árabe, hindú y de cuantas razas hay en este
universo llamado tierra, y me llamó la atención lo súper
integradas con que mis ojos las veían.
Yo
llevaba una muleta, pues tenía una tendinitis en la pierna buena
debido seguramente a los esfuerzos que había hecho con ella. Pues
bien; nos sirvió de forma sorpresiva, para que en todos los museos,
Louvre, Orsay, G. Pompipidou, e incluso en el paseo por el Sena en el
Bateaux Mouches donde había colas, nos sacaran de las mismas y
entrar directamente. Incluso cuando acudimos el último día para ver
el espectáculo del Mouline Rouge, cuál no sería nuestra sorpresa
al sacarnos de la cola y sentarnos en la zona de entrada, donde
fuimos llevados a una privilegiada mesa de la mano del gerente del
local, que aparte de hablar un español perfecto, nos mimó en todo
momento dando las órdenes oportunas.
Las
vistas desde el segundo piso de la Tour Eiffel son magníficas, ya
que si el día es claro y no hay mucha contaminación se ve todo
París, y por supuesto el Sena que es su principal avenida.
La
vida es bastante cara en París, pues un café te puede llegar a
costar hasta seis euros, al igual que una copita de cerveza o vino de
la casa. No se tapea ni existe la cerveza sin alcohol, y si te sienta
en cualquier de los muchos establecimientos, al fin y al cabo bares
especializados, tienes que pedir de comer para poder sentarte en su
privilegiada terraza.
En
la cena mejor de esos días, habíamos reservado mesa en un
restaurante cuyo antiguo propietario era el abuelo de Mourine, una
buena amiga de mi sobrino Juanjo. Os lo recomiendo. Se llama “Le
Volant” (13 Rue Beatrix Dussane) y nos trataron gente muy simpática
y la relación precio calidad es muy buena.
Creía
y sigo creyendo después de esta visita, que es la ciudad más bella
de occidente y una de las mejores del mundo.
Como
complemento os pongo un montón de fotitos. Un beso a todos/as y
recordad que “París bien vale una misa”.
Nos alegramos muchísimo del viaje, creo que lo teneis bien merecido. Besos Blanca y Roberto
ResponderEliminarMuchas gracias, ya nos tocaba disfrutar de algo bueno. Un abrazo.
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