miércoles, 29 de noviembre de 2017

Otra historia de Caín

No, no lo podía aguantar; lo odiaba y lo sabía, y sin embargo no hacía nada por remediarlo.
                                                                 


Eran hermanos, pero muy diferentes. Uno brillante y triunfador, el otro oscuro y taciturno. El mayor, Tomás, muy trabajador y voluntarioso pero nada inteligente, no  llegó a terminar los estudios superiores, aunque trabajaba en la empresa familiar a cargo de las cuestiones administrativas hacía ya años. Estaba amargado, porque aunque se partía el lomo, su padre nunca le demostraba que valorara lo que hacía, y en más de una ocasión lo ridiculizó públicamente cuando cometió algún error.
                                                                    


Su hermano menor, Damián, era totalmente el reverso de la moneda: Alto, bien parecido, simpático y muy inteligente aunque algo indolente, es el que estaba por decisión paterna al frente de la compañía, donde trabajaban más de cien personas entre fijos y contratados, y a la que había llevado a unos crecimientos espectaculares desde que tomó las riendas, ya que su padre estaba ya casi retirado, aunque en  asunto de inversiones dijera siempre la última palabra.
                                                                


La relación entre ambos hermanos no es que fuera lejana, es  que no existía, de tantos agravios comparativos que los había ido enfrentado en el transcurrir del tiempo.
Tenía la familia una enorme finca ganadera y coto de caza en Extremadura, donde solían ir con frecuencia el padre y los hermanos de cacería acompañados de amigos o de algún cliente, y eso era lo que los había llevado hasta allí aquel nefasto día.
                                                                   


Cada uno había ocupado su puesto, y ya los ojeadores y los perros dirigían las posibles piezas hacia donde se encontraban los cazadores al acecho, cuando sin saber muy bien lo que hacía, Tomás miró por la mira telescópica de su rifle hacia donde estaba su hermano, y ya acariciaba el gatillo con el dedo, cuando su padre salió de la nada y  le desvió el cañón de la escopeta sin dirigirle la palabra, pero con la mirada se lo dijo todo.
                                                                       
 
Fueron entrando las piezas, ciervos, conejos, jabalíes, hacia los cazadores, pero cuando Tomás fue a rematar de un tiro a un jabalí malherido, su hermano Damián se cruzó temerariamente por delante, de tal forma que este recibió el impacto de su hermano que iba destinado al animal.
A pesar de que fue atendido sobre el terreno y trasladado a un  hospital, Damián murió a las pocas horas del suceso, y aunque todo el mundo entendió que había sido un trágico accidente, las consecuencias no se hicieron esperar.
                                                                   


Tomás fue echado de su casa, de su trabajo y odiado por los suyos, ya que en el núcleo familiar lo culparon del suceso, y sobre todo el padre que había visto el primer intento fallido por su intervención.
Nunca nadie volvió a saber nada de Tomás, aunque después de muchos años y desaparecidos casi todos los protagonistas de esta historia se supo, que este vivía en la selva de Ecuador entregado a labores humanitarias.

A veces las acciones preceden a los sentimientos, y los más bajos instintos prevalecen en el terrible animal que todos llevamos dentro.

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