jueves, 16 de mayo de 2019

Hospital

Dolor, tristeza, resignación, ansiedad, locura, son las caras de los acompañantes de los enfermos y las caras de la gente que transita por las entradas  y salidas de estos centros. 
                                                                 

Los rostros de los enfermos, sin embargo, transmiten otras sensaciones: resignación, aceptación, desamparo, dolor, incredulidad; como diciendo: "si yo estaba bien, ¿Cómo es posible que tenga esto?” 
                                                                   

Nadie quiere ir a esos sitios, a menos que sea su lugar de trabajo donde ejercen su profesión, y a pesar de su profesionalidad indiscutible (unos más que otros), he notado, que algunas cosas o situaciones les afectan y les superan, pues al fin y al cabo todos somos humanos, tenemos sentimientos, y sobre todo, todos podemos enfermar. 
                                                                  
Las personas que se ven abocadas a frecuentar este sitio, en su mayoría, es gente educada (independientemente de su estatus social), pues ya sabemos que hay gente incivilizada y cafre de todos los niveles, también algún que otro “profesional” aislado por lo que llama la atención, pues son casi todos amables, simpáticos y algunos hasta cariñosos. 
                                                                 

Entre la variedad de gentes que he visto, blancos, negros, árabes, sudamericanos, balcánicos, y hasta orientales, a los únicos que un día cuando ya no podía más, les llamé la atención ya que las enfermeras no se atrevían, fue a un numeroso grupo de mujeres, hombres y niños (que pintaran los niños en estos sitios si no están enfermos), que a las doce de la noche estaban acampados en la zona de espera de la planta, con colchonetas, mantas y  restos de comida, y los niños correteando y gritando a pleno pulmón a lo largo de las habitaciones. Me hicieron caso a medias, pero tampoco me quise meter en problemas, pues algunos me miraron en aptitud inequívocamente violenta. 
                                                                    

A la mañana siguiente aparecieron los cuartos de baños comunes de acompañantes, con excrementos, meadas y porquería desparramadas por todo el suelo, habían arrancado las tapas de los retretes y llevados los rollos y portarrollos. Un desastre. 
También me llamó la atención, que, con el alta de algún enfermo, y una vez limpia la habitación, la cama se ocupaba de inmediato. “Señores que mandan: Más hospitales.” 
                                                                   

Nuestra enferma, mi hermana, jamás estuvo sola en el mes y medio de ingreso, pues mañana, tarde y noche nos turnábamos pata estar atentos a todo, por lo que nos llamaba poderosamente la atención que su compañera de habitación casi siempre estuviese sola, y eso que tenía hermanas, hijos y nietas que le podrían haber dado calor en tan críticos días, por lo que en lo que pudimos, también la atendíamos a ella. 
                                                                    

Ahora empezamos otra etapa, pues nuestra enferma, aunque de alta hospitalaria sigue con cuidados médicos dado la gravedad de su hígado autoinmune, por lo que la hemos ingresado en un centro donde podrá ser atendida por profesionales. 
Gracias a todos los que han estado atentos a su evolución. 

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