Nunca, nunca se lo
perdonaría. Sabía que nunca podría dejar de quererlo, pero por su hijo, jamás
le perdonaría lo que había hecho con ellos.
Desde que él los abandonó,
ni recibía noticias ni le enviaba un
céntimo para comer ni para nada. Ella tuvo que colocarse en una cafetería de
camarera para comer y pagar las
facturas, dejando a su hijo en una guardería.
Miraba el teléfono en una
mesita lateral que ya nunca sonaba. Estaba sola, nadie contaba ya con ellos. Hasta
los amigos y la familia fueron distanciando las llamadas. Lo daría de baja; un
gasto menos.
Aunque todo ocurrió aquel
día, toda esta historia, esta triste y trágica historia, venía de lejos. Muy
atrás quedaban los días felices de noviazgo, de la boda y del principio de la
convivencia.
A raíz de quedarse
embarazada y quizás debido a sus múltiples molestias (pues hasta después del
parto ella no fue la que era), Alfonso se fue despegando, de forma que cada vez
llegaba a casa del trabajo más tarde; que si se tuvo que quedar, que si una avería
del coche, un cliente intempestivo, o unas copas con los amigos, las más de las
veces.
Pero llegó un día en que
discutían a gritos por todo y todos los día; aquello empezaba a ser
insostenible. Hasta que una noche de madrugada, lo esperaba con el niño enfermo
para que fueran a “Urgencias”, y él se presentó tan borracho, que sin decir
palabra ella pidió un taxi por teléfono y marchó al hospital con el crío,
aunque menos mal que no lo dejaron hospitalizado, pues le bajó la fiebre y
siguió con el tratamiento en casa.
Al día siguiente era fiesta,
y Alfonso se despertó muy tarde sin acordarse de nada (o eso decía), pero ella
desahogó sus nervios y la angustia que había pasado recriminándole la historia
de sus desatenciones, con lo que la discusión llegó a un término de gritos e
insultos, que acabaron cuando él metió
en una bolsa de deportes cuatro cosas y con un portazo acabó la relación y la
comunicación.
Estaba tan ensimismada que
no se dio cuenta que el teléfono sonaba sin parar, y ella se quedó anonadada
cuando escuchó la voz de Alfonso:
“María
por favor, perdóname.”
-Pero
tú crees que después de dos años sin preocuparte de nosotros, ¿Ahora por qué?
“Por
favor, por favor, perdóname”
-No,
no te perdono, nunca te perdonaré por lo que le has hecho a tu hijo.
“Por
favor…”
¿Pero
de donde me llamas, donde estás? Casi no te escucho. Vamos a vernos y hablamos
si quieres. ¿Alfonso, Alfonso, estás ahí?
La comunicación se había
cortado. Estuvo junto al teléfono hasta las doce de la noche sin que sonara, y
cuando ya se iba a la cama, llamaron a la puerta.
Al abrir esta, se encontró
con Juan, amigo de su marido y que no veía hacía mucho tiempo; traía un gesto
muy serio, y quedó un rato mirándola sin saber que decir, hasta que rompió en balbuceo:
Alfonso,
Alfonso…
Sí,
me ha llamado hace un rato pero me colgó.
¿A
qué hora te ha llamado María?
Pues
no sé, serían las nueve y media o las diez ¿Qué pasa?
María
es imposible que hablaras con él a esa hora.
Si,
si, sería sobre esa hora, seguro.
María,
Alfonso ha muerto en un accidente de coche sobre las siete de la tarde.
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