lunes, 25 de junio de 2018

El atropello


Era una apacible y calurosa tarde en aquel domingo de julio, aunque como decían los toreros “hasta el rabo todo es toro”, y a media hora de que llegara el relevo de la noche en el cuartel de la Guardia Civil de Olivares, sólo habían entrado una señora a la que el marido le había dado una paliza y que al final no quiso poner la denuncia, y un chaval al que habían cogido infraganti cuando robaba en un chalet que creía abandonado.
                                                                  


Poco faltaba ya para el relevo, cuando sonó el teléfono y escucharon la voz de un nervioso anciano que decía que no sabía cómo, pues había frenado, pero que el coche no se paró y había atropellado a alguien.
Llegada la patrulla  donde se había producido el supuesto accidente, encontraron sentado en un viejo coche a un señor muy mayor y en estado de extremo nerviosismo y ansiedad, que según su documentación había cumplido hacía poco los ochenta y seis años, el paragolpes del vehículo abollado y un faro roto, pero ni  rastro del sujeto del porrazo.
                                                                    


El hombre explicó que venía despacio, pero que algo se le cruzó por delante del coche, y aunque intentó frenar con todas sus fuerzas no se quedó con el coche.
Los agentes, ayudados por otra pareja de motos que se presentaron al tener noticias del suceso, empezaron a buscar alrededor  por ver si encontraban algo, hasta que al poco descubrieron a pocos metros entre la hojarasca reseca de un bosquecillo cercano, el cuerpo de una persona inerte, que no respiraba y con un tremendo golpe en la parte baja del cuerpo, por lo que llamaron a la ambulancia. Iba vestido con ropas deportivas que denotaban haber estado haciendo algún deporte.
                                                                  


Llegado el médico, certificó la muerte de aquel hombre de mediana edad que no llevaba documentación encima, sólo un reloj de los que miden el recorrido, los quilómetros, etc.
El anciano resultó que no tenía parientes cercanos, y quedó ingresado en el hospital donde le suministraron ansiolíticos y relajantes, pero no pudieron sacarle ninguna otra información que los datos de su carnet, ya que decía que había perdido el móvil.
La grúa de la policía se llevó el coche del lugar del accidente para que la científica investigara sobre lo sucedido.
                                                                    


Todo era revuelo de los agentes para intentar resolver el caso, según parecía, de un simple atropello con muerte de aquel hombre que no lograban identificar,  y ya era noche cerrada cuando se presentó una señora con dos niños de la mano, parta denunciar que su marido había salido a correr después de comer, y que era muy raro que no hubiese vuelto, que temía que le hubiese ocurrido algo.
                                                                     


Y efectivamente, era la víctima mortal de aquel accidente de media tarde, que dejaba esposa y dos hijos de nueve y once años.
Toda la noche estuvo la policía investigando el suceso, descubriendo que el aciano había sido profesor, que estaba inmerso en un juicio como acusado de pederastia, y qué casualidad, el muerto en el accidente era el principal testigo de cargo.
También descubrieron bajo la rueda de repuesto del viejo vehículo el móvil del anciano, con el recorrido de la víctima en el GPS, por lo que aquello había sido un asesinato premeditado.
                                                                     


Cuando acudieron al hospital a detener al viejo, encontraron con que ya estaba vestido y dispuesto a marchar, empezando a insultar a todo el mundo y a la policía cuando le anunciaron que quedaba detenido por el asesinato de su exalumno Benito Albea Pérez, del que había abusado reiteradamente cuando pasó por su clase, al igual que de otros muchos que se fueron sumando a la denuncia, por lo que con aquel asesinato no había conseguido nada.
Lo curioso es que sus vecinos hablaban de una persona amable, culta y siempre dispuesta a ayudar. No se puede uno fiar ya ni de un apacible e indefenso anciano.

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