lunes, 13 de diciembre de 2010

Las Navidades de antes

Recuerdo las Navidades de mi niñez, como algo que poco tiene que ver con las actuales, quizás fuera el ambiente de compras, pues no había ni muchas cosas, ni mucho dinero, la televisión machacaba menos con perfumes y colonias, pues casi nadie teníamos tele, era todo como más sencillo.

En primer lugar se empezaba el arreglo de las calles, se montaban los belenes (Aún no había llegado el consabido “árbol”), siempre después de la Fiesta de la Purísima, esto es sobre el 10 de Diciembre.
                                           
                                                                            
Las únicas calles que iluminaba el Ayuntamiento eran las del centro, pues es donde se concentraban la mayoría del comercio y por supuesto bastante más pobretonas que ahora, que a pesar de la crisis, montan los alumbrados artistas ilustres y en su mayoría extranjeros.

Proliferaban los Coros de Campanilleros, que iban de casa en casa y por las plazas de ciudades y pueblos, cantando villancicos de “toda la vida”, y por supuesto ninguno en inglés. Se hacían concursos callejeros y radiofónicos de estas agrupaciones que formaban vecinos, hermandades, gremios y colegios.

                                         
                                                                              
La cena de la Noche Buena, el 24 era eminentemente familiar. Los novios y las novias cenaban cada uno en su casa y lo más que se hacía esa noche, era ir a la Iglesia cercana, a las doce de la noche para celebrar el nacimiento del Niño Dios, la consabida Misa del Gallo.

La cena era la mejor del año. En mi casa que no éramos ni pobres ni ricos sino todo lo contrario, mi madre ponía unos entremeses, entre los cuales el jamón, que era el único día que se veía en nuestra mesa. De primer plato hacía una exquisita sopa de mariscos con pescadilla y chirlas y de segundo el pollo de pueblo que nos mandaban cada Navidad para la ocasión. Todo se acompañaba de vino de Jerez para los mayores y refrescos para los niños. Luego venían los mantecados, polvorones, alfajores, roscos de vino y turrón del duro y del blando. Aún no habían llegado los “Ferrán Adriá” de las Grandes Superficies a vendernos treinta o cuarenta sabores diferentes. Se solía rematar con una copita de anís o de coñac.

Ya el día 25 era más de compartir con la familia política y los amigos, donde se remataban los restos de la noche anterior. Normalmente con los del pollo de la víspera y un buen refrito, se hacían magníficos arroces o se hacía un buen guiso de patatas “laureadas”.

Luego venía el Fin de Año, que ya era una fiesta más de calle, sobre todo para los jóvenes. Después de cenar con sus padres, se ponían sus mejores galas para acudir con amigos, amigas, novios y novias, a fiestas que organizaban en alguna azotea o en algún local alquilado, adornándose todo con bombillas de colores y banderolas. El equipo de música era el antiguo “pickup” o giradiscos, con los éxitos del momento en vinilo, los cuales se rayaban con mucha facilidad, porque los ponía el feo de la reunión. De beber, refrescos, anís del Mono o coñac Fundador y para picar, mantecados que cada uno traía de su casa.

                                                                                  
Normalmente era en estas fiestas donde se conocían las parejas que después de un largo noviazgo llegarían al altar. Eran muy raros los matrimonios civiles.

¿Era aquello mejor o peor que lo actual? Yo reservo mi opinión, pero recuerdo con mucho cariño aquellas Navidades de antes.

En mi próximo relato, hablaré de “Los Reyes de antes”.



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