jueves, 27 de enero de 2011

¿Qué leer?

Los que me conocéis, sabéis que soy un lector compulsivo y que como no tenga nada que leer, soy capaz de empaparme la guía telefónica de Barcelona. Pero también soy selectivo a la hora de comprar un libro o de traerme algunos de la Biblioteca Pública. Me gusta consultar las solapas de los libros, enterarme de la biografía del escritor y leerme el inicio del libro. Es entonces cuando me decido a llevármelo creyendo que he elegido yo, cuando es el libro el que me elige a mí.

Viene al caso porque cuando me pierdo en alguna librería con todo el tiempo del mundo, me encanta observarlo todo, desde ver cómo a la entrada del establecimiento ponen todas las obras de lo que interesa vender en grandes montones por aquello de la zona caliente de que nos habla el marketing, y en donde veo a algunas personas sonreír cuando ven el título que traen apuntado entre esas enormes torres y no tienen que preguntar, sólo pagar y que se lo envuelvan para regalo.


                                                      
                                                                            
¡Pero es que hay tanto donde elegir!

Cuando acudo a algunas conferencias de escritores o a talleres de escritura y de creación literaria, los escritores que los dan parecen muy preocupados por los escritores de culto, esos que marcan un antes y un después, desconocidos para la media de lectores, y mucho mejor si para entenderlos hay que llevarse un día en cada página para saber de qué va aquello.

Y si es poesía ya es la acabose, pues si nadie te lo explica te puedes llevar un año antes de enterarte de algo, eso después de múltiples consultas en internet a la enciclopedia Wikipedia, ya que te da vergüenza demostrar tu ignorancia y preguntar al monitor.

Los escritores normales y corrientes que a cualquiera le apetece leer porque son de fácil comprensión están malditos para ellos, como si hasta fuera de mal gusto preguntarle a alguno de estos prohombres, que qué les parece la última obra de Pérez Reverte o de Almudena Grande.

No se puede forzar a nadie a leer lo que a ti te interesa, pues cada uno decide qué lee y hasta si no quiere hacerlo. O como dice un amigo mío, “para qué leer si la mayoría de los escritores están muertos”, y que es mejor ver lo que sea a través de un video o de una página web.


                                                                                
Ni para leer un libro, contemplar un cuadro o escuchar música, hay que hacer un curso para enterarnos de qué va aquello, pues en mi opinión la percepción de la belleza es instantánea y no precisa de enciclopedias de consultas ni de largas explicaciones.

O nos entusiasma o no, me da igual si esa música clásica que suena sea de una construcción perfecta porque es dodecafónica. No me gusta y punto.

No forcemos a los demás a que vean por nuestros ojos; ellos tienen los suyos y pude ser que miremos por encima del hombro a quien no comparte nuestros gustos, sin pensar que quizás la simpleza de esa persona la hace ver cosas que nosotros ni intuimos.



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