lunes, 21 de marzo de 2011

La propuesta (Continuación)

Mis amigos se quedaron sorprendidos, pero sabiendo que yo era muy miedoso, se rieron diciéndome que todo era producto de mi imaginación. Quizás fuera así, pero de repente se escuchó un crujido de la madera del suelo en el piso de arriba, y nos miramos todos sin saber que decir.

Mónica que era la más sensata de nosotros, nos dijo que en todas las casas deshabitadas por un tiempo, suenan ruidos y desperezamientos de los materiales.

                                                                            
De todas formas se nos estaba metiendo el miedo en el cuerpo y nadie quería decir la frase clave. “Había que subir”. Y ¿Todos, o lo echábamos nuevamente a suerte?

Yo, desde luego, no quería volver. Al final decidimos subir todos y además de velas, nos llevamos una linterna que sacó Mónica.

Cuando ya llegábamos arriba, una ráfaga o soplo de aire nos apagó las velas, y a mí me pareció que una sombra rara se me cruzó, helándome la sangre.

Pero Mónica estaba más pendiente de iluminar con la linterna todo el pasillo de arriba, y nos iba dejando a los demás un poco rezagados.

La primera habitación del pasillo, donde yo creía haber dejado la vela y haber visto en la cama algo raro, estaba cerrada con llave.

Por lo visto esa habitación hacía años que no se abría, y nuestra amiga nos dijo que nos contaría la historia de dicha habitación.

En la siguiente habitación vimos el cuchillo ensangrentado en el suelo, y todo alrededor lleno de sangre. La vela, aunque apagada, estaba encima de la cómoda de esta habitación, de tres camas, que era donde habíamos dejado nuestros macutos.

Luego estaban la habitación de Mónica y dos habitaciones más; una la de sus padres, otra para invitados, y al fondo una estrecha escalera que nos dijo que conducía a una buhardilla donde había cachivaches de todas las épocas, ropas y fotografías de varias generaciones y libros por cientos.

En aquel momento se encendieron las bombillas del pasillo, con lo cual respiramos un poco más relajados, comprobando nuevamente que la primera habitación efectivamente estaba cerrada con llave. Le preguntamos si podíamos abrirla y quedarnos tranquilos, pero dijo que cuando viniese Gerardo, le preguntaría por la llave.
                                                                             
-Bajemos y tomemos algo para relajarnos, dijo Arturo.

-¡Ah! Y nos cuentas la historia de esta misteriosa habitación.

Nos sentamos alrededor de la chimenea, y sacamos una botella de whisky que habíamos traído. Daniel prefirió beberse un orujo que encontró en la despensa.

-Pues bien, dijo Mónica, esa habitación que tan misteriosa os parece, perteneció a un hermano de mi abuelo Manuel, que después de jubilarse de la marina mercante, se quedó a vivir aquí con mi familia. Todo el mundo, incluido mi abuelo, lo llamaban “El capitán”.

Traía una enfermedad rara, de esas que se cogen en las selvas amazónicas. Se pasaba en la cama días y días soñando a gritos, sin comer y solo bebía a la fuerza lo que mi abuelo le obligaba a tomar, que eran alimentos licuados y zumos. El era quien lo cuidaba.

Cuando estaba despierto, se volvía muy agresivo, así que hubo que recluirlo en esa habitación. Incluso poco antes de morir, había que amarrarlo a la cama, pues intentó tirarse por la ventana varias veces por lo cual hubo que poner rejas, y atacaba a todo el que se le acercaba. Ya no respetaba ni a mi abuelo.

Lo que nunca me aclaró nadie es donde está su tumba, pues dicen los del lugar que son muy supersticiosos, que el cadáver desapareció antes de enterrarlo.

Entre la charla y la bebida se nos había hecho muy tarde, así que decidimos acostarnos con las luces encendidas y las puertas de las habitaciones abiertas.

Mañana veríamos las cosas de otra forma.

Pero al levantarnos nos dimos cuenta, de que no estábamos todos. Faltaba Arturo.



...Tú continúas.

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