domingo, 11 de diciembre de 2011

LA VENGANZA


Habían pasado más de veinte años desde entonces, pero aún lo vivía como si hubiese sido ayer. Tanta fue la angustia sentida por aquel chaval en el instituto que hasta se inventaba enfermedades para no ir a clases y es que aquel chulillo del curso, Dámaso, lo tenía amargado.
Y no eran sólo las agresiones por cualquier tontería, sino la facilidad con que lo ponía en ridículo ante cualquier compañero o compañera, esto último aún le era más doloroso.


                                                                                
Por fin el día de su venganza estaba cercano, y es que tenía delante el currículo de este individuo pidiendo trabajo. De entre las cerca de cincuenta peticiones para ocupar la plaza de conductor en el camión de reparto, le habían seleccionado cinco para entrevistar, y esta era una de ellas.
Había investigado a fondo toda la historia, y así se había enterado cómo a este pobre infeliz casi todo le había salido mal en la vida. Su madre murió muy pronto y fue un niño maltratado hasta que en una de aquellas palizas, el padre borracho, casi lo mata si no llega a ser que los vecinos llamaron a la policía.


                                                                               
A partir de ahí dejó los estudios y se fue a vivir con una hermana de su madre, que lo puso a trabajar de inmediato.
Muchos trabajos temporales hasta que se sacó el carnet de conducir de 1ª y se compró un camión con un crédito que le concedieron.
Desde entonces había trabajado como autónomo, pero ahora con la crisis le faltó el trabajo y no tenía dinero para pagar las letras del nuevo vehículo, por lo que se lo habían quitado, y estaba desesperado buscando empleo de lo que fuese, ya que tenía mujer, dos hijos pequeños y la vivienda hipotecada. Un cuadro que, no por normal en estos tiempos, era menos dramático.


                                                                                
Había pensado tantas veces en la venganza, que ahora cuando se presentaba la oportunidad, la realidad es que no le producía placer ni alegría, sino una inquietud que lo hacía no sentirse bien.
Por fin le dijo a la secretaria que pasara el último candidato, Dámaso.
Entró una persona que no  le recordó  en nada al compañero del instituto, pues casi no tenía pelo, extremadamente delgado y con muchas y profundas arrugas,  que le hacían parecer diez años mayor que él.
Intentó hacer la entrevista lo más fría posible y sin salirse de las preguntas normales que se le hacían a todos los candidatos, aunque Dámaso nunca se daría cuenta de quien estaba detrás de la mesa. Es más; creyó probable que el otro ni se acordara de sus actuaciones canallescas del pasado.
Cuando se marchó se quedó pensativo mirando por la ventana a los transeúntes. ¿Qué hacer?
La realidad es que cualquiera de los candidatos le servía, pero casi estaba decidido a darle el trabajo a su antiguo compañero y hacerle pasar un calvario después. ¿Era esto lo que quería?
Pues no. No se quería reconocer buena persona, pero quería darle el trabajo porque pensaba que todos los sufrimientos de aquella persona le habían redimido de las muchas cabronadas que había hecho en el pasado.
Incluso se sentía culpable por haber tenido él una vida feliz, aunque hubiese sido conquistada con sacrificios y renuncios.
Ahora que no sentía rencor ni odio se sentía bien consigo mismo.

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