sábado, 12 de marzo de 2016

El retorno (2ª parte)

En vista de que el pueblo no contaba con tiendas especializadas donde encontrar lo que de forma más urgente necesitaba, volví a ponerme al volante de mi vehículo para ir a un gran hipermercado donde comprar todo lo requerido para hacer medianamente confortable mi nueva vida, pero que estaba a cerca de 40 kilómetros.
Iba pensando en todo lo que me estaba ocurriendo en este primer día del resto de mi vida, cuando noté que el volante cada vez me costaba más trabajo girarlo, llegando un momento en que la dirección se quedó casi totalmente rígida y ya no controlaba el coche, que aunque no iba a excesiva velocidad, se salió en una curva, con la suerte que era un gran sembrado de girasoles por donde entré dando tumbos, hasta quedarme casi volcado con el airbag saltando, de forma que me salvó de no pegarme con la cabeza contra el parabrisas que había quedado astillado.
                                                                  


Salí como pude por la ventanilla, pues las puertas habían quedado bloqueadas, y con el cuerpo dolorido después del porrazo, y cuando me tranquilicé, me fui hacia la carretera donde en ese momento paraba un coche de la Guardia Civil. Me preguntaron por lo que había pasado, comentándoles como la dirección del coche había quedado bloqueada, y como yo les dije que estaba un poco contusionado pero que no necesitaba ayuda médica, llamé desde mi teléfono a la asistencia en carretera para explicar el accidente y que la grúa vinieses a retirar en coche, y recogerme a mí.
Al cabo de una hora, ya estaba montado en un camión el coche y yo, dando la casualidad de que el taller más próximo estaba junto al hipermercado, donde después de dejar el destartalado vehículo para ver si tenía arreglo o el seguro lo daba como siniestro total, me quedé un rato sentado en una cafetería para tranquilizarme. ¡Vaya día de sorpresas!
                                                                      


Llamé a Luisa para explicarle lo que me había pasado y que no se preocupase por mí, que ya llegaría, ofreciéndose a recogerme, pero yo le quité la idea; que siguiese con lo que estaba haciendo y que tranquila.
Ya que estaba allí y después de tomarme un par de paracetamoles que me facilitaron, me dediqué a todo lo que me proponía hacer antes del accidente, de forma que contraté internet para mi casa, compré nevera, cocina eléctrica, calentador de agua, un calefactor, utensilios de cocina, una cafetera, y cosas básicas de comer, quedando en enviármelo todo al día siguiente.
                                                                 


Cuando el taxi que me traía a mi domicilio me dejó en la puerta, eran ya cerca de las once y media de la noche. La puerta no estaba cerrada, por lo que al entrar, me encontré con que mi amiga que se levantó de un brinco al verme, me estaba esperando leyendo junto a la chimenea que estaba encendida, y un acogedor calorcillo lo envolvía todo, y por lo que abarcaban mis ojos, la casa parecía otra.
Además de arreglarme la casa, me había hecho una tortilla de patatas, a la que me lancé con entusiasmo, pues no había comido nada en todo el día, y entre bocado y sorbos de un estupendo vinito blanco que también me había traído, le estuve explicando todas las vicisitudes de aquel día tan tremendo. Después, a mis preguntas sobre su vida, me dijo que llevaba casada muchos años, que su marido se llamaba Ramón y que era de una conocida familia del pueblo, que se dedicaba al campo, que tenía una sola hija ya un poco mayor que le había estado ayudando a todo aquello, y que estaba en el último año de instituto.
                                                                 


Después de un buen rato se marchó, quedando en volver al día siguiente muy temprano para seguir poniendo un poco de orden allí, llevándose ella una llave que por lo visto ya estaba desde tiempo inmemorial en su casa sin saber muy bien por qué, comentándome también como de pasada, que cuando ya estuviera instalado y tranquilo, hablaríamos de cosas que no sabía y que me interesaban. Me quedé un rato hipnotizado con los leños de la chimenea fumando un cigarro, pensando en todo este día, sintiendo un algo que se me escapaba, un desasosiego. Bueno, pues ya se vería como me iba aquí y lo que me deparaban los días por venir.
Me había arreglado mi dormitorio de niño poniéndome sábanas y un abrigado edredón, donde me quedé dormido nada más  apoyar mi cabeza en la almohada.
El sol que entraba por las ventanas sin cortinas ni persianas, me despertó a una tardía hora que se encargó de remachar las campanadas del reloj de la torre de la iglesia. Ahora sí que notaba el accidente; me dolía todo el cuerpo. Vi que la ropa  estaba colocada entre el armario y los cajones, hasta eso me había facilitado mi amiga, y aunque me tuve que afeitar y duchar con agua helada, bajé al salón de un excelente humor y dando mi vida por un café.
Luisa me dijo que ya llevaba allí varias horas, y me había hecho una lista con las cosas más urgentes que tendría que comprar, indicándome donde estaban los sitios para conseguirlas.
Me fui tirado, antes que nada, a tomarme un café al mismo bar en que estuve la mañana anterior, aunque en esta ocasión me atendió una chica, donde me desayuné un magnífico café con unas estupendas tostadas con aceite de oliva y jamón, y ya repuesto, me fui de tiendas.
                                                                    


Cuando regresé con todo o casi, Luisa estaba acabando, por lo que ya decidí quedarme en casa, pues por la tarde, me traerían todo lo comprado el día anterior. Cuando pregunté a Luisa que qué le debía por su esmerado trabajo, me dijo que le daba hasta vergüenza cobrarme, que le diera lo que quisiera, y aunque intenté darle cien euros, ella solo me aceptó cincuenta, diciéndome que vendría por la noche a ver si necesitaba algo.
Tenía en el móvil una llamada perdida, pero que no era de ningún número conocido, por lo que devolví la llamada, resultando ser del mecánico de donde dejé el coche, dejándome boquiabierto con lo que me contó.
El accidente lo había producido la perdida de líquidos de dirección y aunque menos, también los de los frenos, pero ¡Es que los conductos habían sido cortados!, por lo que todo parecía premeditado, o sea, que alguien quería que me matara. ¿Quién deseaba mi muerte? Y ¿Por qué?


(Continuará)

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