Son días de muchas reuniones entre comidas, brindis,
celebraciones y demás, pero en lo referido a comunicación, charlas distendidas
entre dos o más personas, poco o casi nada, y creo adivinar el por qué.
En los encuentros navideños entre familiares y amigos, se
escuchan pocas opiniones en público más allá de lo “buena que te ha salido la
carne, este vino donde lo has comprado, o son demasiados dulces lo que habéis traído”,
o la vestimenta de Pedroches en las campanadas anunciando la hora cero del año
nuevo.
Ves cómo en momentos intermedios a la celebración general, se
forman pequeños grupos de dos o tres personas como máximo, y si hablan de
política, se dicen o escuchan opiniones que coinciden con las de la tendencia
política del interlocutor, al igual que reciben el mismo tratamiento si se
trata de religión y creencias. Se rehuye al de opinión diferente, por aquello
de que “ya sabemos lo que piensa este” y no vaya a ser que eso nos concite a
discutir, incluso a gritar llegado el caso. “Es que siempre está con lo mismo. No se puede hablar
con él.”
¡Benditas sean las reuniones donde se permite al diferente
dar su criterio, escucharlo y respetarlo! Las diferencias no están destinadas a
dividir, sino a enriquecer.
Echo de menos esos encuentros de juventud entre bebidas con
hielo y cigarros compartidos, donde cada uno expresaba su opinión sobre esto o aquello,
y la gente escuchaba antes de debatir o dar a conocer las ideas propias sin tapujos ni
disimulos, y normalmente se respetaba al diferente, y lo más importante, nadie
trataba de convencerlo de lo contrario.
A mí me ha pasado que intentando dar mi opinión sobre algo, gente
cercana en familiaridad me ha gritado, e incluso descalificado con los ojos
desorbitados y echando salivas por la boca, cuando creo que sería más acertado
escuchar y devolver tu opinión sin enfado ni ira, o prudentemente optar por
callarse. Yo también me he dejado a veces arrastrar por los malos modos.
Todo esto no es diferente de lo que sucede en general en esta
vieja piel de toro que es España, ya que vemos cómo nuestros políticos
arremeten contra todos los que no sean de sus mismas siglas, cuando bien podrían
darnos ejemplo resolviendo los problemas del ciudadano aprovechándose, por qué
no, de las soluciones del adversario cuando acierta en el bien común.
Todo este estado de cosas tiende a crear recelos cuando no
enemistades enquistadas, que podrían acabar con las reuniones de personas de
una misma familia o de un grupo de amigos, que admitirían o rechazarían a
alguien porque sus opiniones son otras y no coinciden con las nuestras.
Ser uno y único es una gran cosa, pero respetar el derecho a
ser diferente es quizás la más grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario