Como no podía ser de otra
forma, siento un gran respeto por las personas que lo pasan mal, por ese “señorío”
con que algunas llevan sus desgracias y escaseces, al igual que entiendo que
las personas que llevan una vida normalizada en sufrimientos no buscados,
intenten ayudar o no, deben ser muy respetuosas a la hora de echar una mano: esto
se refiere a actuar sin prepotencia, sin descaro, sin intentar dar lecciones y concejos sin que estos te
sean requeridos.
Por eso me llamó la atención
ver a un señor, que conocía de vista aunque cuando nos cruzábamos nos dábamos los
buenos días u otro saludo, rebuscando a primera hora de la mañana en unos
contenedores donde tiraban alimentos perecederos caducados o en malas
condiciones un supermercado de la localidad.
Me preocupó la situación de
este hombre, que vestía normal e iba siempre aseado, que vivía en una casa
grande y casi nueva, pero que estaba siempre sólo.
Pregunté a un amigo que
colabora con Cáritas, y me estuvo
hablando sobre la historia de este hombre, de su vida y de algunos de sus
porqués.
“Se llama Luis Expósito, me
contó, no es del pueblo sino de Sevilla,
y vino aquí cuando se jubiló anticipadamente de Renfe. Al poco de llegar
entabló amistad con Mercedes, la dueña de la tienda de ropa de la calle Mayor. Esta
mujer tuvo su primer hijo siendo muy joven, embarazada por un médico del que
era su enfermera, y del cual este se desentendió. Se casó después de varios
años con otro hombre con el que tuvo una niña, divorciándose de él por malos
tratos, y desde entonces vivió y sacó adelante a su familia con su trabajo. Era
una mujer muy emprendedora, como se dice ahora al referirse a la gente que se
lanza a un negocio porque no encuentra trabajo.”
“Pasó apenas un año cuando Mercedes
y Luis se fueron a vivir como pareja a la casa que tenía este último, que remodelaron y
ensancharon al gusto de Mercedes, y todo parecía ir bien cuando se quedó
nuevamente embarazada de una niña.”
“Eran una familia feliz,
entrando y saliendo como cualquier otra familia, pero un día nos encontramos
con que ella se marchó a vivir a otro sitio con
sus tres hijos, y este hombre se quedó solo.”
“Nadie sabe las causas de
esta separación, pero desde entonces este hombre se encerró en su casa y salía
lo imprescindible, se ha vuelto desconfiado de todo, no se le conocen amigos o
allegados diferentes a esta unión que tuvo, y lo curioso del caso es que no tiene
relación con su hija que ya es mayor, que incluso se casó (el padre no fue
invitado a la boda) y le dio nietos.”
“Pero Luis no te creas que
es un indigente, no. Tiene una más que mediana pensión como jubilado que no
gasta, sólo en lo estrictamente necesario. Sale por las mañanas a comprar una
bolsa de pan de esas de cinco por un euro, y no se le conoce ninguna otra
compra. Lo que necesita lo busca en contenedores o de rebuscas en el campo.”
“Se cree que tiene ahorrado
bastante dinero, pero él ya ves cómo vive.”
Aquello me dio que pensar y
acordarme de un refrán: Dios le da pañuelo a quien no tiene mocos.
Es una pena decir esto, pero
hay quien vive miserablemente para ser el más rico del cementerio.
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