Por fin habías acabado el curso y querías hacer un
pequeño viaje para desconectar de tanto esfuerzo, pero como siempre el factor
económico te limitaba bastante. Echaste alguna ropa en la mochila, el cepillo
de dientes y poco más, y te fuiste a la aventura al aeropuerto de Sevilla a ver
si había alguna posibilidad de coger alguna ganga.
Una vez visto los vuelos que saldrían en las
próximas horas y preguntado los precios y disponibilidad de plaza en sus
diversos mostradores, te decidiste por una buenísima oferta de la compañía de
bajo coste Ryanair hacia Ámsterdam, con el único inconveniente de que era al
aeropuerto de Schipol, que por cierto está situado a 4 metros bajo las aguas
del Mar del Norte, en Eindhoven a 70 kilómetros, pero por 75 € ida y vuelta que
más querías.
Tenías que resolver dónde dormir, de forma que
llamaste a un amigo que recientemente había estado allí y te dio la dirección
de un albergue, donde por poco dinero podías dormir, aunque acompañado en la
habitación de otras personas de tu mismo sexo.
Bueno, parecía estar todo encarrilado, de forma que
llamaste a tu familia para decir que te ibas tres días de viaje y dando vueltas
esperaste hasta que saliese el vuelo.
Una vez “encajonado” en el asiento entre un señor
mayor y una joven de muy buen aspecto, empezaron las maniobras de despegue.
Notaste como la joven de tu lado, que por cierto tenía unos preciosos ojos
grises, se ponía blanca y cerraba los puños con mucha crispación, por lo que le
preguntaste qué le pasaba.
Te dijo que los aviones la ponían muy tensa y que si
te importaba que te diera la mano. Por supuesto que encantado, respondiste,
incluso en el momento de iniciar el ascenso la aeronave, se te abrazó al hombro
temblado.
Una vez aquello se estabilizó, te contó que se
llamaba Sofía y que trabajaba en Ámsterdam y que había venido a España a
visitar a su familia.
Seguisteis una distendida conversación durante todo
el vuelo y tomasteis junto en el aeropuerto el tren que os llevaría a la ciudad
sin parar de hablar durante todo el tiempo.
Una vez en el destino, os disteis los teléfonos para
salir juntos al día siguiente y tomaste el camino de tu residencia para dejar
tus cosas y pagar la cama.
Todo lo que estabas viendo de esta ciudad con su
arquitectura de los siglos XVI y XVII te tenía encantado, sobre todo los
canales, los tenderetes y la alegría que respirabas por cada rincón de la
ciudad.
Tomaste “prestada” una bicicleta de un gran
aparcamiento como te habían aconsejado, y después de comprarte un bocado de
pescado marinado, te dirigiste al museo de Van Gogh y al Stedelijk Museum, en
donde pudiste disfrutar de las obras de Cézanne, Monet, Picasso y Chagall.
Era ya anocheciendo cuando te decidiste a dar una
vuelta por la “Zona Roja”, famosa por sus luces y por las prostitutas que se
exhiben en vitrinas o escaparates para que el posible cliente escoja. Estabas
por la calle De Wallen, cuando te pareció que una de aquellas mujeres muy
pintadas y en ropas menores te sonreía, y que esos ojos te recordaban a
alguien. Empezaste a darle vueltas al coco y al final caíste en que era la
muchacha que venía contigo en el avión y que habíais quedado para el día
siguiente.
¡Qué corte, dios! ¿En eso trabajaba? Se había
quedado más cortado que un kilo de mortadela.
Durmió poco aquella noche, ya sea por los extraños
sueños que tuvo relacionados con su amiga Sofía o por la docena de cervezas que
se bebió en uno de los “Coffee Shops”.
Eran las 9.30 de la mañana cuando el repiqueteo del
teléfono lo sacó de las garras del sueño. Era ella. ¿Qué hacer?
Después de que sonara la tercera vez, descolgó y
respondió a la llamada de su amiga:
-Oye ¿Sigue en pié nuestra cita o has cambiado de
opinión?, me dijo.
-Bueno sí, es que acabo de despertarme.
-Si te parece, quedamos sobre las 12.00 en el Tropen
Coffee, que está en una callecita detrás del Palacio Koninklijk, en la plaza
Damm.
-De acuerdo, si no te llamo allí estaré.
-Hasta luego, no me falles.
Y con este diálogo se vio comprometido a la cita y
aunque en principio no pensaba acudir, allí estaba a las doce.
Se saludaron como si tal cosa, hablaron de cosas
intrascendentes, volvieron a coger “prestadas” un par de bicicletas y empezaron
un recorrido por la ciudad empezando por el Mercado Flotantes de Flores, el
barrio judío, el puerto con su museo marítimo Scheeppreaat Museum, montaron en
una barcaza para navegar por los canales y Sofía lo invitó a comer en un
pequeño restaurante regido por españoles.
Después de tres ginebras en el postre, ella contó un
poco de su vida.
Había estudiado decoración y quería montar su propio
negocio en Madrid, por lo que a falta de nada mejor, se propuso trabajar en
“eso” hasta juntar el dinero que necesitaba.
La realidad es que a estas alturas de la cita, se
planteaba alguna reunión más íntima, pero desistió sin saber muy bien el por
qué.
El resto de la tarde y el principio de la noche, lo
empleó en beber y fumar con sus nuevos amigos del albergue.
Ya de vuelta a Sevilla y pasado un tiempo, intentó
comunicar con Sofía, pero o había cambiado el número de teléfono o simplemente
nunca más quiso responder a su llamada.
Le quedaba el sabor de una extraña aventura en la
que quizás no supo estar al nivel adecuado.
Macho que boligrafo BIC tienes en la mano, es estupendo, espero verte por San Fermin, Besos. Roberto
ResponderEliminarEste año me han castigado, pero iremos después sobre el 15. Un beso a todos.
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