miércoles, 4 de septiembre de 2013

París mon amour

Y por fin llegó el día. Después de los contratiempos de mi cadera, pudimos hacer el viaje a París que mi hija le había regalado a su madre por su sesenta cumpleaños, y ¡Que bien nos salió todo!
Empezar diciendo, que yo ya conocía la ciudad, y que llevaba unos prejuicios que no se cumplieron, gracias a Dios.
Nosotros chapurreábamos francés e inglés, pero lo difícil era enterarnos de las respuestas, siempre tremendamente amables, pues se esforzaban en entendernos y ayudarnos en la solución, incluso los taxistas que tienen fama de estúpidos, ¡Qué bien nos lo pusieron!
Empezar hablando de esta ciudad universal que con 25º al mediodía y 12º por la mañana nos acogió en este final de Agosto, y ver cómo sus habitantes minoritarios eran europeos, ya que la mayoría de la gente son asiática, árabe, hindú y de cuantas razas hay en este universo llamado tierra, y me llamó la atención lo súper integradas con que mis ojos las veían.
Yo llevaba una muleta, pues tenía una tendinitis en la pierna buena debido seguramente a los esfuerzos que había hecho con ella. Pues bien; nos sirvió de forma sorpresiva, para que en todos los museos, Louvre, Orsay, G. Pompipidou, e incluso en el paseo por el Sena en el Bateaux Mouches donde había colas, nos sacaran de las mismas y entrar directamente. Incluso cuando acudimos el último día para ver el espectáculo del Mouline Rouge, cuál no sería nuestra sorpresa al sacarnos de la cola y sentarnos en la zona de entrada, donde fuimos llevados a una privilegiada mesa de la mano del gerente del local, que aparte de hablar un español perfecto, nos mimó en todo momento dando las órdenes oportunas.
Las vistas desde el segundo piso de la Tour Eiffel son magníficas, ya que si el día es claro y no hay mucha contaminación se ve todo París, y por supuesto el Sena que es su principal avenida.
La vida es bastante cara en París, pues un café te puede llegar a costar hasta seis euros, al igual que una copita de cerveza o vino de la casa. No se tapea ni existe la cerveza sin alcohol, y si te sienta en cualquier de los muchos establecimientos, al fin y al cabo bares especializados, tienes que pedir de comer para poder sentarte en su privilegiada terraza.
En la cena mejor de esos días, habíamos reservado mesa en un restaurante cuyo antiguo propietario era el abuelo de Mourine, una buena amiga de mi sobrino Juanjo. Os lo recomiendo. Se llama “Le Volant” (13 Rue Beatrix Dussane) y nos trataron gente muy simpática y la relación precio calidad es muy buena.
Creía y sigo creyendo después de esta visita, que es la ciudad más bella de occidente y una de las mejores del mundo.
Como complemento os pongo un montón de fotitos. Un beso a todos/as y recordad que “París bien vale una misa”.























2 comentarios:

  1. Nos alegramos muchísimo del viaje, creo que lo teneis bien merecido. Besos Blanca y Roberto

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  2. Muchas gracias, ya nos tocaba disfrutar de algo bueno. Un abrazo.

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