(Dedicado
a mi nieto Santi)
Bueno,
pues ya me habían castigado otra vez al cuarto de la siesta a pensar
en lo que había hecho. Total, que me había llevado a la guarde mi
juguete favorito, mi moto, y Nachito me la quiso quitar, y yo le
arreé un bocado por lo que Amaya me metió la bronca.
Llevaba
ya un ratito pensando en cómo escaparme de allí, por lo que decidí
salirme por una ventana baja que se habían olvidado de cerrar, y así
con mi moto me fui al parque cercano a tirarme por el tobogán y a
pasearme en los columpios, cuando de pronto me vi rodeado por cuatro
o cinco perros que me ladraban con caras de pocos amigos.
Tenía
miedo de no poder salir de allí, por lo que se me ocurrió subirme a
la moto y ya empezaba a coger cierta velocidad, cuando vi que nos
elevábamos por encima de los árboles y dejaba a la temida jauría
atrás. ¡Mi moto volaba como el caballo de los cuentos de mi hermana
Olivia!
Aterricé
en otro parque donde unos titiriteros estaban haciendo un teatro que
me embobó durante un rato y hasta me dijeron que me fuera con ellos,
pero yo quería seguir mi aventura en solitario, por lo que me
escaqueé después de tirarle del rabo a un pequeño mono que
llevaban y de quitarle un plátano que se estaba comiendo.
Nuevamente
salí volando en mi vehículo y me dirigí hacia la Ciudadela para
ver a los animales que allí había. Me entretuve tirándole
piedrecitas (N)
a algunos, cuando me vi venir derecho hacia mí un gran gato, que a
primera vista confundí con un león y me interpeló diciendo:
“No
le tires piedras a mis compañeros, pues se irán y ya no podrás
volver a verlos ni tú, ni todos los niños de Pamplona”. ¡Un gato
que hablaba!
Bueno
pero si mi moto volaba, cómo me iba a sorprender porque hablara esta
fiera.
“No,
si ya me iba”, le contesté un poco avergonzado.
Pero
el peligro de verdad vino de un policía municipal que había estado
observándome y que me preguntó por mis padres, a lo que yo le
respondí señalando a una pareja sentada en un banco lejano, hacia
donde me dirigí para disimular.
Bueno,
ya era hora de regresar antes de que mi padre viniera a buscarme a la
guardería, por lo que me fui hacia allí entrando nuevamente por
donde había salido.
Me
amodorré un rato en una de las hamacas cuando vinieron a buscarme,
no quedándome claro si mi aventura había sido verdad o todo lo
había soñado.
Otro
día tenía que volver a escaparme pues me lo había pasado chupi,
aunque me dejó perplejo que mi moto no volara en mi casa ni en el
parque cercano; lo mismo la debía llevar a que la revisaran.
(N)
El abuelo Jose, que también era un poco golfo, le había regalado un
tirachinas auténtico y con eso le daba a los animales. Decirlo es de
valientes aunque me cargue una bronca.
Precioso, besos, Blanca y Roberto
ResponderEliminarGracias a los dos por seguirme. Pronto nos veremos. Un abrazo.
Eliminar