martes, 19 de noviembre de 2013

El sexo no tiene edad

Era, a su manera, feliz aunque vivía solo. Su mujer veinte años más joven que él, se fue con un hombre de su misma edad que la enamoró y que no tenía los achaques de los años de su exmarido. Nunca, después que se marchó, supo más de ella; ¡sería feliz en su nuevo estado!, y por eso no guardaba rencor ninguno, pero aunque nunca lo dijera la echaba de menos, ya que cuando la soledad no es elegida cuesta mucho sobreponerse.
                                                     


Vivía en una pequeña hacienda a pocos kilómetros de Huelva. Se entretenía cultivando, hasta que pudo, un pequeño huerto que le daba unas magníficas hortalizas, y un pequeño “harén” de gallinas que le obsequiaban con magnífica carne y sabrosos huevos.
Llevaba años viviendo solo, pues aunque sus hijos siempre quisieron que se fuera a vivir con ellos, el era muy celoso de su independencia, y además no quería ser un estorbo.
Cuando ya se sintió un poco disminuido en sus fuerzas, contrató a una panameña que le hacía la colada, le adecentaba las principales habitaciones y a ratos le daba compañía; eso sí. Siempre la invitaba a un buen ron de caña cubano, que era su bebida favorita.
En eso estaba uno de esos días, cuando un poco achispado le dijo a su amiga: “Me encantaría verte los pechos”, y ella sin dudarlo un segundo se los mostró en todo el esplendor de sus veinte años.
                                                   
     
A partir de ese día, todo cambió, pues él fue avanzando en la conquista de la mucama, a la que ella se prestaba solícita ante los caprichos sexuales de su jefe, llegando un día en que olvidadas las labores que se le habían encomendado, solo iba a meterse en la cama del viejo que había rejuvenecido treinta años, gracias a  su saber hacer en todas las delicias que a  él se le ocurrían.
Pero llegó un día que ella le pidió más dinero y él se lo dio. Otro momento en que le tomó la cartilla del banco y le hizo un pequeño descalabro, que aunque de momento le contrarió, le quitó importancia, pues sólo veía sexo y desfogue.
Un día que la esperaba con impaciencia, ella se presentó con un chaval mal encarado que dijo era su novio, pidiéndole todo lo que tenía de ahorros bajo la amenaza de contarlo todo a sus hijos y conocidos acusándolo de violación, en lo que ella estaba de acuerdo.
                                                   


Cogió una vieja escopeta de caza que tenía colgada en la pared, y los echó sin contemplaciones, para a renglón seguido, llamar al puesto de la Guardia Civil y poner en antecedentes al capitán del mismo, que le conocía de toda la vida.
Por suerte para mi amigo, cuando las fuerzas de seguridad fueron a buscar a la pareja de chantajistas, estos habían desaparecido, comprobando “in situ”, que los nombres y documentación de que disponían eran falsos.
A pesar de todo lo ocurrido, mi amigo Gustavo se ha recuperado, aunque ahora tiene una mujer del pueblo con cierta edad y poco apetecible sexualmente, pero más eficaz y más cumplidora en limpieza y atención, pero él ha encontrado la forma de desfogarse sin tanto compromiso.

Acaba de cumplir setenta y cinco años y parece un chaval.

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