martes, 4 de febrero de 2014

Proposición deshonesta

Era una displicente y calurosa tarde de finales de Julio y me relajaba tendido en una tumbona en la piscina de la comunidad leyendo relatos de Jorge Luis Borges, cuando me distraje con la conversación de algunas damas que estaban en mi proximidad.
Estaba en una de esas etapas en donde captas toda la belleza y el embrujo que hay a tu alrededor, sintiéndote unido al bien infinito que compone la naturaleza de tu entorno, y que te deja pendiente de lo subliminal y en ese maravilloso momento en que te sientes espíritu puro.
Aunque de forma totalmente involuntaria y ya que me habían jodido de mi abstracción espiritual, me metí en la conversación de aquellas mujeres para contradecir el concepto que tenían de sus cónyuges, amigos o maridos.
                                                                          


Palabrería y juego en vano, pues cuando varias mujeres están juntas es imposible llevarles la contraria, aunque noté que algunas estaban conmigo.
Me retiré educadamente fuera del perímetro de sus voces, he intenté seguir con la lectura de mi admirado escritor de culto, pero llevaría como diez minutos concentrado en la lectura, cuando se me acercó una chica de unos diecisiete o dieciocho años que estaba por allí.
-Hola Juan, ¿tendrías un momento para hablar conmigo?
Estaba tan concentrado en lo mío que apenas me di cuenta de su presencia hasta que se sentó a mi lado.
-Perdona ¿De qué quieres hablar?
-No, es que te escuchado antes discutir con esas cotorras y me han encantado tus planteamientos.
-No recuerdo lo que he dicho exactamente, por lo que no sé a qué te refieres.
-Es que verás, aunque tú me consideres una pipiola, yo ya tengo experiencias personales, y no solamente de sexo que lo práctico con asiduidad cuando me apetece, sino que también soy capaz de pensar por mí misma.
                                                                              


-Pues muy bien, ¿Y qué más?
Yo estaba totalmente cortado y a la defensiva, pues no sabía por dónde iba a salir aquello. No estaba preparado para responder a una espectacular mujer en la flor de su juventud. Me sentía Romeo, pero con muchos años más.
-Pareces de piedra, ¿Es que no te gusto? ¿No ves que estoy deseando ligar contigo y pegarte un revolcón?
Ya mi corte era notorio, pues me había subido un colorado de los piés a la cabeza, aunque me repuse un poco en el habla, y por tirar balones fuera le dije:
-Por qué no te imaginas que soy tu padre; yo nunca seré un juguete que se abandona cuando ya no te sirve. Soy un hombre, un poco viejo pero un hombre. Y que sepas que estás muy buena y que me hubiera gustado ese revolcón hace unos años.
                                                                              


-Lo pasarías muy bien conmigo, te sentirías un hombre nuevo, pero también sé que después sufrirías lo tuyo, y a mí sólo me quedaría el orgullo de haber conseguido un nuevo trofeo de caprichos satisfechos.
Sin decir palabra, me levanté del césped y me tiré a la piscina sin pensarlo. Hice unos largos y ya más tranquilo salí.
Ella, pues no sabía ni su nombre, había desaparecido.
Cada noche sueño con ella, y no sé si me arrepiento de mi comportamiento de aquel momento como una ocasión perdida, en ese momento en que ya se espera poco y a veces ya no te ilusionan las aventuras.


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