miércoles, 14 de mayo de 2014

Desahucio

Parecía increíble que todas las desgracias se cebaran con María. Hacía cuatro años, que en un aciago día de Enero, murieron en accidente de carretera su marido y su único hijo.
Quedó sola, sin recursos y con las trampas de una familia normal, pero a las que ella ya no podía hacer frente, pues le había quedado una pensión de poco más de quinientos euros, ya que la indemnización del accidente fue para pagar los entierros y algunos débitos perentorios.
                                                                            


Cuando se casó, su marido no había querido que siguiera trabajando en la empresa de productos farmacéuticos de la que era delegada, por lo que sólo se dedicó a su casa y a su familia, pero después de lo ocurrido buscó trabajo y lo tuvo sólo durante poco más de año y medio, pues la empresa quebró y ya no volvió a encontrar ocupación a pesar que lo buscaba incansablemente, y pasó que incluso su familia y sus amigos de siempre le dieron la espalda desentendiéndose de tan pedigüeña y molesta persona.
Para colmo de desgracias, estaba enferma con un grave problema en la columna vertebral, por lo que ya apenas salía para buscar lo imprescindible de comida y medicamentos.
Había recibido ya muchas cartas del banco reclamándole el pago de la hipoteca del piso donde vivía, pero al no poder hacer frente a los pagos, el juzgado le había mandado una comunicación indicándole que se iniciaba el proceso de desahucio.
Se quiso morir. Si la echaban ¿Dónde iría?
                                                                            


Fue al banco y a los juzgados a exponer su caso, pero no había solución. Sólo tuvo el alivio de que dio la casualidad que una amiga de la infancia trabajaba allí, y le prometió hacer lo que pudiera por retrasar lo más posible lo inevitable, traspapelando hasta lo posible su expediente.
Pero llegó el fatídico día en que se encontró en la calle con una mochila y lo puesto sin tener a donde ir.
La acogieron en un piso que tenía una ONG contra los desahucios, pero aquello era por un tiempo determinado que se le terminaría enseguida ¿Y luego qué haría enferma,  sin trabajo y sin dinero?.
Pensó, pensó, y se le ocurrió un plan, descabellado, pero un plan.
Provista de un martillo y con una camiseta anti desahucios, se dirigió a la oficina bancaria que la había embargado y sin pensárselo dos veces empezó a romper los cristales de la fachada y esperó a ver que pasaba.
La gente se agolpó a su alrededor tachándola de loca aunque se apiadaran de ella por sus motivos, hasta que llegó la policía y se la llevaron, pero a las pocas horas ya estaba libre aunque con cargos por su acción.
Esto no era bastante para lo que ella esperaba, por lo que provista de un cuchillo de cocina que ocultó bajo sus ropas, se dirigió de nuevo al banco donde pidió ver al director, que compareció después de una hora larga.
Cuando lo tuvo cerca, sacó el cuchillo y lo amenazó si no cancelaba su deuda con el banco, pero con los nervios de ambos, se le fue la punta del cuchillo y le hirió en el brazo.
Cuando ella vio brotar la sangre, tiró el arma y salió corriendo, sentándose en la acera llorando y con un ataque de nervios hasta que llegó la policía y se la llevaron nuevamente.
                                                                            


Reconoció inmediatamente que todo lo había hecho premeditadamente, por lo que no necesitaría abogado ya que aceptaba la pena que le impusiesen.
De la comisaría de policía pasó a los juzgados, y de allí a la carcel que es donde ella quería terminar.
La condena fué de varios años, pero ya ella se encargaría de que no la echaran de esta su última “vivienda”.
Su plan había salido como esperaba. Ya no tendría nadie que librarse de ella. Aquí atenderían sus necesidades y ya sólo le quedaba el día a día.
Se acabó para el mundo el problema “Maria”.

En Villanueva del Ariscal, a 14 de mayo del 2014


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