Era verano y sin embargo llovía.
Con frío y agua había vuelto de los Sanfermines, y en Sevilla me encontré más
de lo mismo. ¿Qué estaba pasando con el tiempo que no respetaba ni mis ratos de
asueto y regocijo?
Llevaba un año estresadísimo,
no por el trabajo que no tengo, sino de buscarlo que también agobia tela. Había
acudido a infinidad de entrevistas para ocupaciones diversas, desde camarero y
botones de hotel, a bibliotecario, becario informático o árbitro de futbol
sustituto, pero qué va, “nothing at all”. Mi currículo lo tenían hasta los Carmelitas
Descalzos.
Y eso que había terminado
brillantemente la carrera de periodismo, tenía un máster de los de prestigio, y
dominaba el inglés y el francés como los nativos de allí, pero ni por esas
encontraba “currelo”. Menos mal que mi afición a la fotografía me daba para mis
gastillos, pues tenía un amigo cazatalentos al que le mandaba fotos de
famosillos comentadas, y algunas veces me ingresaba algo si lograba endilgárselas
a cualquier revistita del corazón o a cualquiera de sus múltiples contactos de
la prensa canalla.
Bueno, a lo que quería
contaros; pues que visto lo visto, me invité a casa de mi cuñado en Chipiona, y
hacia allí marché en un apretujado autobús de los “Amarillos”, a la busca de
aventuras con mis inseparables “Canon” que eran las únicas que nunca me
abandonaban. ¡Mujeres tendrían que haber sido, pues no tenían secretos para mí
y nos entendíamos a la perfección!
Sólo me aguantaron hasta el
viernes, pues ese día llegaban sus hijas e hijos con acompañantes o solos, y yo
no cabía. Que se le iba a hacer, pero me dio tiempo de conocer algunas “titis”
buenísimas y beber alguna que otra copa de gorra en las loquillas noches de
este pueblito encantador, donde veranean tantas gentes de tu ciudad que se te
pone el sobaco moreno de tanto saludar en la playa.
También conseguí algunas
fotos que quizás reporten algo a mis maltrechas arcas, aunque una de esas
exclusivas de dos nenas en “top lest”, me costó varios bofetones de los que aún
no me he repuesto del todo. Parco pago por el arte.
Bueno, pues ya de vuelta a
la casa paterna, me dediqué a investigar en las terracitas locales con mis
cámaras de marras, y la verdad es que los saraos y los ambientes veraniegos, no
tiene nada que envidiar a las playas a la moda, eso sí: demasiado trapicheo y
vicio prohibido a todos los niveles, aunque lo normal era ver mucha chica mona
a la caza del creído depredador engominado.
Yo también me lastimé mi ala
de gavilán al encuentro con una rubia paloma de nombre Carmen, que me hizo ver
la aurora hispalense sentado frente al Guadalquivir, con ronroneos de ataques
imposibles por lo tardía, o mejor dicho, lo temprano de la hora.
Y ya en casa, ducha
tempranera y desayuno materno con zumo de naranjas y tostadas refregadas con
ajo, y untadas de aceite de oliva virgen extra de mi pueblo…y a dormir un rato,
que no tengo jefe.
Otro verano más a las
espaldas, y ya son veintisiete desde que
a mi querida madre le dio por echarme de sus entrañas.
Fuera, hace un aire helado
que me aleja de la terraza con mi libro a cuestas que me está costando terminar,
y huyo en busca del calor de mi habitación y a preparar un envío de fotos que
me pague los güisquis, ya que mi padre me ha escondido su botella de Cardús.
¡Será egoísta!
Por cierto, mi naranjito enano tiene naranjas y azahar. Increíble en el tiempo que estamos. Ahí lleváis una imagen.
En Chipiona, a 4 de agosto
del 2014
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