He
vuelto a fumar después de muchos años sin hacerlo, y la verdad es
que no me daba cuenta del arrinconamiento social y a la persecución
a la que está sometido el que se atreve a encender un cigarro fuera
de la soledad del retrete propio, y eso siempre que no haya ningún
no adepto familiar esperando su turno.
Cuando
voy al norte a casa de mi hija, sólo puedo fumar en la calle o en la
abierta terraza del ático, con impermeable o abrigo y con un
paraguas que me proteja de las inclemencias del tiempo. Así no se
disfruta del vicio, y para colmo tienes que aguantar todo tipo de
broncas familiares incluso de los propios nietos.
Estando
un día paseando por un parque cercano a casa, me senté en un banco
alejado de donde trotaban los niños para disfrutar del vicio, y sólo
acababa de encender el cilindrín, cuando una joven señora con el
carrito de su hijo y un perrito atado con correa a la muñeca de la
susodicha, me increpó:
-Parece
mentira, que alguien fume donde hay niños ¿No le da vergüenza?
-Señora,
le dije, me he venido a lo más alejado del parque para no molestar,
y usted ha llegado hasta donde estoy, no ha recogido la bolsa vacía
de patatas que su niño a tirado al suelo, su delicioso pequinés se
ha cagado a una cuarta de mi pié y usted no ha recogido tampoco la
mierda ¿Quién de los dos tiene menos vergüenza?
Por
supuesto no me contestó, pero consiguió que yo apagara mi cigarro y
me fuera andando deprimido parque adelante.
En
Japón no se puede ni fumar en la calle, sólo en algunas zonas
abiertas y acotadas, al lado de los cagaderos caninos autorizados.
Pronto,
va a ser más fácil drogarse que echarse unas humildes caladas.
Decía
mi amigo Rafael, que el odiaba la literatura desde que las tabaqueras
empezaron a ponernos avisos de cancer, pero es que ahora que ponen
imágenes, odia la fotografía.
Todo
esto me recuerda cuando con doce años, nos metíamos cuatro o cinco
a fumarnos un cigarro en el wáter del colegio, perseguidos a muerte
por el hermano Valeriano, que nos registraba para quitarnos el tabaco
para fumárselos él, y encima nos castigaba sin recreo de la tarde
y se lo decía a nuestros padres, por lo que los guantazos eran
seguros.
¡Qué
horror! Hemos vuelto para mal a los años de la peor represión,
ensañándose con los humildes adiptos al tabaco, ya que no nos
pueden perseguir por soflamas políticas ni por manifestarnos. Bueno,
esto último ya veremos, pues también lo quieren prohibir.
Estamos
tan mediatizados, que no sabes muy bien a qué atenerte en algunas
circunstancias. ¿Se puede fumar en un cementerio?
¿Y
en la cárcel? ¿Y cuando estás viendo una maratón o cualquier
prueba deportiva a cielo descubierto? ¿Y en los cines de verano?
¿Y
en las playas nudistas, dónde se lleva el paquete de cigarrillos y
el mechero?
Viene
al pelo, aquel chiste de la señorita que fue a confesarse, y
llevando ya un rato diciéndole sus pecados al sacerdote, increpó a
éste:
-Padre,
huele usted mucho a tabaco, y siguió arrepintiéndose.
Al
rato, volvió a quejarse al cura:
-Padre
huele usted mucho a aguardiente.
A
lo que el hombre ya cansado de quejas le contestó.
-Hija,
yo a ti te estoy oliendo a puta dese que entrastes y no te he dicho
nada.
Pues
eso.
machista y penoso
ResponderEliminarMe da igual tu opinión, pero cuando se dice algo se da la cara y no la cobardía del anónimo.
ResponderEliminarMuy bueno José, besos Roberto
ResponderEliminarGracias Roberto, un abrazo.
Eliminarsi dejaste el tabaco, dejalo otra vez Machista, Penoso y Salido
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