Con la mirada dirigida hacia
el rincón, pero totalmente desenfocada, pensaba más que veía aquel objeto tan
amado en otra época que parecía tan lejana
en el tiempo, aunque el pensamiento no parara de tenerlo tan presente como si
estuviera ocurriendo en ese momento.
¿Por qué las cosas, los
objetos, se tenían que hacer tan patentes aunque ya hubiesen pasado su momento
y ya nunca se volviesen a utilizar?
Utensilios, cachivaches que
tenían, que llevaban cual carga esclava impuesta la presencia de personas que los
habían utilizado, ya que sin esto carecían de valor, pues ni tenían alma ni
pensaban en el objeto de su utilidad; les era negado su protagonismo separado
de las personas.
¡Qué buenos ratos pasados en
compañía de familia, amigos, compañeros! Días tan intensamente divertidos que
parecía que nunca fuesen a terminar, que aquella diversión cercana a la felicidad
nunca se tornaría tristeza.
Horas que comenzaban por la
tarde y era ya la mañana del día siguiente y allí seguíamos riéndonos,
bebiendo, bailando entre abrazos, besos, insinuaciones y pasiones que comenzaban
y acababan antes de empezar, envueltos en momentos intemporales, donde las
atolondradas palabras nunca acababan de pronunciarse completas, donde las
intenciones y los gestos eran suficiente para el abierto diálogo de los
cuerpos.
¡Cómo referirse a ese tiempo
como pasado cuando todo lo teníamos tan presente!
Hay ratos, historias que
siempre deberían ser notorias, que nunca deberían de pasar al día siguiente, a
la hora ni al minuto imaginado como futuro, como si al no nombrarlas como pasadas
por negarnos a pasar esa página, ya lo hubiésemos alojado en la realidad de
nuestra impensable y onírica vida real.
¡Oh guitarra que ocupas el
olvidado hueco de los buenos momentos nunca acabados!
Cuando la prima Ofelia
acariciaba la prima y el bordón con sus delicados dedos que yo envidiaba para que recorrieran mi
cuerpo, mis labios y se entretuvieran en apasionados besos, en tiernas caricias
en donde las palabras no tuviesen ni lugar, ni este fuera momento de pronunciar
ninguna.
Solos al fin tú, yo y el
cantarino instrumento, antes de que te fueras sin terminar lo nuestro, pues
tampoco quisimos empezarlo por no romper el hechizo de las maneras, de los
buenos ratos, de las gratas compañías.
Tan presente estás, que ya
siempre seremos dos en mi cuerpo.
En Madrid, a 21 de enero del
2015
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