¿A qué y por qué había
vuelto? ¿Había acertado regresando al lugar del que se marchó en su
adolescencia? ¿Qué tramaba su subconsciente, que parte de su pasado se le
escondía como una nebulosa?
Bueno; pues el a qué, no lo
sabía, o por lo menos no lo sabía aún, y el por qué, lo tenía claro, o eso le
parecía apoyado por la lógica de su ¿huida?, ¿para buscar qué?, ya que lo que
le había quedado era aquello, lejanos recuerdos sin coordinar y aquella casona
en donde nació y vivió su familia, que heredó y que llevaba cerrada alrededor
de muchos años.
Cuando llegó al pueblo, se
dirigió al ayuntamiento, donde después de identificarse y pagar unas tasas
atrasadas, le dieron la enorme llave que abría la puerta a sus recuerdos
bastante perdidos en aquella antigua memoria del joven que fue. Del casi niño
que marchó.
Vivía medianamente bien en
la capital con su compañera Rosario, tenían ambos trabajo y aquel bonito ático
alquilado de decoración minimalista. Sucedió, que un día se dieron cuenta que
no tenían nada que decirse, que no había ni deseos, ni cariño; solo
aburrimiento y silencios, por lo que una tarde se miraron, y casi a la vez,
decidieron tirar cada uno por su lado. No querían seguir desperdiciando sus
vidas. Aún eran medianamente jóvenes y había mundo que explorar, y tratarían de
encontrar algo por lo que le brillaran los ojos.
Con la llave en las manos, se
quedó un rato mirando la descuidada fachada con sus ventanales y balcones, con
el olvido que gritaban aquellos desconchones de cal.
La cerradura se quejó
profundamente mientras enlazaba los mecanismos del portalón de entrada, pero
ayudado por un último empujón, se encontró en la entrada de su antigua vivienda.
Recorrió despacio todo
aquello, quitando sábanas que ocultaban el ajado mobiliario heredado, y que no
tuvieron pies ni ganas de mudarse. Si ya estaban casi muertos, a qué moverse
aquellos cadáveres.
Tenía un poco de dinero que
le había adelantado su editorial, pues querían que escribiera una novela negra
ambientada en un pueblo. Bueno, el pueblo ya lo tenía, allí estaba.
Marchó a la plaza, y entró
en aquel bar que aún existía y que recordaba vagamente de su infancia, ya que
era siempre el encargado de avisar a su padre de que la comida estaba en la
mesa y se enfriaba. Pidió un café a un anciano que dormitaba detrás del
mostrador, y le preguntó si conocía a alguien para limpiarle un poco la casa y
hacerla habitable, aunque de momento solo quería adecentar un par de
habitaciones.
Volvió al coche que tenía
aparcado en la puerta del domicilio, (su domicilio), con sus escasas
pertenencias: una enorme maleta, su portátil y una mochila con algunos libros,
y se introdujo por la cancela trasera en el enorme corral que se extendía por
detrás de la casa.
De momento, dejó todo en el
gran salón-cocina con chimenea que aún conservaba viejas cenizas en la planta
baja, y subió a inspeccionar el piso superior. El dormitorio de su padre con el
enorme balcón, por donde al abrir los postigos, entró el tímido sol del
mediodía, el enorme cuarto de baño, su habitación que estaba igual que cuando
se fue, y una tercera habitación con dos camas, que no recordaba haberse
utilizado nunca.
Bueno, por lo menos había
tenido la precaución de contratar el agua y la luz, aunque sólo funcionasen
tres bombillas. Poco a poco iría haciendo aquello habitable para pasar una
temporada, ¿cuánto tiempo?, no lo sabía, pero era el único proyecto, el sólo
techo del que disponía, por lo que se sentó en uno los grandes
butacones de cuero, y encendió un cigarro sin saber muy bien por dónde
empezar.
Dormido en sus pensamientos,
se espabiló al escuchar una voz a la entrada que lo llamaba por su nombre: “¡Albero,
Alberto! ¿Estás ahí?”
Al levantarse del sitio, se
encontró a unos pasos con una interesante madurita un poco más joven que él, que
le sonreía de una forma peculiar y que además, creía conocerla o por lo menos
le decía algo su cara.
“Soy Luisa, ¿No te acuerdas
de mí?”
Él se la quedó mirando un
rato de arriba abajo: “Pues la verdad es que me resultas familiar, pero en estos
momentos no te ubico”.
“Si hombre, aunque de esto
ya hace mucho, jugábamos siempre de pequeños, y aunque tú eras mayor que yo, nos
divertíamos mucho juntos.”
Por fin pudo rescatar de la
memoria, aquella pequeña niña que fue casi la única amiga de su infancia, pero
las palabras de ella, no le dejaron decir nada.
“Todavía recuerdo, lo que
lloré el día que tu padre te llevó a la ciudad con tu tía para estudiar en
aquel colegio, y luego ya te quedaste para la universidad, luego pasó lo de tu padre…, y
hasta hoy no hemos vuelto a vernos.”
“Pues estás hecha una
espléndida mujer”, le dije un pelín cortado.
“Con la casa tan bonita que
teníais y hay que ver lo viejo que está todo. Aunque a lo mejor, con un poco de
limpieza…”
“Pero bueno, no es el
momento de quedarse aquí charlando, sino de arreglar un poco esto. Ya
hablaremos dentro de unos días cuando te asientes, y de cosas que a lo mejor,
no sabes ni te imaginas.”
“Me lo dijo mi tío Braulio
el del bar de la plaza que te reconoció, y me comentó que estabas buscando a
alguien para que te ayudara a poner un poco en pié todo esto. Pues bien, en un
momento vuelvo con mi hija Amalia como ayudante y con cosas de limpieza, para
arreglarte lo más necesario para que por lo menos puedas dormir hoy aquí. Ya
iremos hablando. Tú de momento, piérdete hasta la noche, y me das tu número de
móvil por si tengo que preguntarte algo.”
“En la mesa, te dejo dinero
para lo que tengas que comprar, le dije, y que sepas que te pienso pagar lo que
me pidas por arreglar esto. Yo voy a dar una vuelta por ahí, pues he de comprar
algunas cosas, quiero llamar para que me instalen internet lo antes posible,
comeré algo, y luego nos vemos.”
Salí de allí, pensando en lo
que como de pasada, me había dicho: ”…hablar de cosas que no imaginas…”
(Continuará)
Jose...para cuando la continuación?
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