jueves, 31 de marzo de 2016

La Dama del Velo

Le gustaba, se embelesaba paseando por el centro histórico de Sevilla y aunque lo conocía bien, siempre había algún rincón que descubría, o que quizás sus ojos veían de forma diferente algunos días, ya que sólo  el olor a azahar y a la vista de floridas macetas de geranios y gitanillas, imbuían en su espíritu una alegría nueva en un cuerpo que aunque ya con cierta  edad, no se correspondía con la juventud de sus adentros, y es que aún se enamoraba de las cosas, de los paisajes, de las muchachas y de las gentes en las que descubría sin pretenderlo su cara amable.
Perdido una mañana a muy temprana hora por las callejuelas del barrio de Santa Cruz, llamó su atención una señora joven, que con un velo negro ajustado en un rostro de perfectas facciones y un libro que le pareció un antiguo “misal”, (como el que él  tenía en su casa desde su primera comunión), entre su mano y su pecho, dirigía sus decididos pasos hacía algún lugar, cuando en un cercano reloj daban las ocho de la mañana.
                                                                 



Sin saber muy bien por qué, sus pasos se ajustaron al caminar de la misteriosa mujer y decidió seguirla por aquellas frescas y empedradas calles, desembocando al poco tiempo en la plaza de la Virgen de los Reyes, y viendo cómo esta, entraba en la Santa Iglesia Catedral por la puerta “De los Palos”, en la base de la Giralda.
                                                                   


Nuestro hombre la siguió hacia el interior del templo, viéndola a cierta distancia arrodillada ante el altar mayor, por lo que decidió por no llamar la atención, dar una vuelta por las capillas laterales a la espera de poder verla de nuevo y a ser posible de frente, ya que no podía apartar de su imaginación la misteriosa y perfecta cara que casi quedaba oculta por los encajes del velo.
Cuando sus ojos ya acostumbrado a la penumbra que lo rodeaba miraron nuevamente hacia el retablo del altar mayor, ya no había nadie en los bancos. La señora había desaparecido sin que él, que había estado en todo momento pendiente, se apercibiera.
                                                                 


Desanduvo los pasos por donde había llegado hasta allí sin encontrar rastro de la dama, por lo que encendió un cigarro pensativo quedándose plantado un rato sin saber muy bien por qué donde  la vio por primera vez, hasta que después de bastante tiempo abandonó la espera.
Volvió al día siguiente y muchas mañanas más al mismo sitio, pero sin encontrar nuevamente ningún rastro de la ¿visión o realidad? de aquella dama.
Un día ya lejano que pasó por casualidad por el mismo sitio, se quedó parado y perplejo al escuchar la historia que una guía explicaba a unos turistas delante de una fachada de la callecita.
                                                                     
  
En esta casa vivía una familia noble de Sevilla, los Andrade, que tenían una hija, Dña. Águeda, que se enamoró perdidamente de un jardinero que cuidaba los naranjos y jardines cercanos, y que al ver que su amor era imposible ya que la familia se oponía por las reglas sociales de la época, en una mañana de un brumoso amanecer, se dirigieron a la Santa Catedral para que los casaran, negándose a tal empeño los eclesiásticos que conocían a la familia y estaban alertados. Viendo que no tenía solución el problema de sus relaciones, decidieron huir juntos, pero fueron detenidos a la salida de la ciudad por la puerta de Carmona por los aguaciles.
                                                        


El muchacho, con el oscuro pretexto de que había robado un cáliz de oro de la sacristía de la Santa Iglesia, fue hecho preso y murió de neumonía en las húmedas celdas de la cárcel de Triana al mes y medio de su captura, y ella al enterarse del suceso y con la desesperación de saberse embarazada, se arrojó desde el cuerpo de campanas de la Giralda, por lo que hubo un enorme escándalo en la ciudad.
                                                        


Desde entonces, hay rumores que hablan de haber visto a la muchacha con una mantilla que le cubría desde la cabeza y su misal, dirigiéndose a la catedral para preguntar por si el cáliz hubiese aparecido, rezando de rodillas ante el altar mayor. Pero bueno, eso son leyendas de las muchas que hay en esta ciudad, y desde entonces a este portal le pusieron la “Casa de la Dama del Velo”.
                                                       


Pero lo cierto es que este naranjo que veis aquí, que según la leyenda era donde se hablaban los enamorados, es el primero donde florece la flor de azahar de toda Sevilla”.
Bonita y trágica historia real o inventada, de las muchas que circulan por esta  Sevilla de las utopías imposibles y de los floridos rincones olvidados, así es, misteriosa y oculta como las coquetas damas de antaño, esta tierra de mis amores.
                                                                      

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